Por Ignacio Jawtuschenko
No es casual que sea Córdoba desde donde se logró reunir la masa crÃtica, la voluntad polÃtica y el marco institucional necesarios para comenzar a debatir (con una mirada local y latinoamericana) en torno de este campo del conocimiento que (en los paÃses centrales desde hace 25 años) es clave. El ministro de Ciencia y TecnologÃa, Tulio del Bono; la rectora de la Universidad de Córdoba, Carolina Scotto; la Facultad de Matemática, AstronomÃa y FÃsica –representada por el nuevo decano, Francisco Tamarit–-, y la directora de la Escuela de Ciencias de la Información, Paulina Emanuelli, fueron los que inauguraron esta amplia arena de discusión y construcción, con intenciones de institucionalizarla y darle el primer envión, que luchará contra la eterna inconstancia.
A partir de “la necesidad de divulgar, ampliar los canales de popularización y democratizar el saber cientÃfico” se destacaron reflexiones sobre las formas de difundir el conocimiento cientÃfico al público en general, pero también las estrategias por parte de los organismos públicos, a partir de las cuales debe planificarse la comunicación de la ciencia. En este primer congreso se reunieron unos 170 inscriptos, se presentaron 98 ponencias, de las cuales 15 correspondieron a participantes chilenos y brasileños. Son números ciertamente alentadores y que revelan la densidad del campo.
CIENCIA PUBLICA
Con el renacimiento de las polÃticas en ciencia y tecnologÃa del 2003 a esta parte (creación de un ministerio, mayor presupuesto y mayor peso del Estado en la orientación de los proyectos, repatriación de cientÃficos, ingreso de becarios e investigadores a la carrera del Conicet, promoción de la innovación en todas las provincias, énfasis en la actividad tecnológica), se vuelve necesario considerar que la comunicación pública de la ciencia también puede ser una polÃtica de Estado, orientada a generar condiciones para promover el debate en torno de controversias entre ciencia y sociedad, en temáticas como la utilización de agrotóxicos en agricultura de escala, desarrollo de la energÃa nuclear o la ingenierÃa genética: discusiones que de cara al futuro tienen fuertes implicancias sociales, culturales, éticas, polÃticas y económicas.
En ese sentido, Emanuelli destacó que “interesa pensar a la comunicación de la ciencia como un espacio multidisciplinario, un proyecto educativo que apela a la responsabilidad social y representa un fuerte desafÃo”.
La ciencia y la tecnologÃa (y su comunicación pública) nunca existen en el vacÃo: circulan con un contexto polÃtico, social, cultural, histórico definido. Históricamente, la Argentina fue un paÃs con bajo nivel de inversión en ciencia y tecnologÃa, escasos recursos humanos y un sistema nacional de innovación débil y poco articulado. Incluso potenciar la comunicación pública de la ciencia serÃa crucial frente al gran desafÃo de articular el sistema cientÃfico tecnológico con el desarrollo industrial de nuestro paÃs y con el bienestar del conjunto de la sociedad.
Leonardo Moledo, editor de este suplemento, integró el Comité Académico del Congreso y tuvo a cargo la conferencia inaugural, en la que señaló que “la ciencia es una práctica social”, pues el investigador trabaja “inmerso en la cultura de la época, con sus presupuestos y sus prejuicios”. “La práctica cientÃfica y su comunicación, que es su continuación por otros medios, es un derecho. No por ser financiada por todos a través de los impuestos, sino porque es intrÃnsecamente pública y esto está explÃcitamente contemplado en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Por lo tanto, la comunicación pública es un deber, de allà que los Estados deben diseñar polÃticas públicas tendientes a cumplir con lo enunciado en la declaración, que tiene para nuestro paÃs rango constitucional”, dijo.
DEMOCRATIZAR LA CIENCIA
Esta discusión necesaria acerca de la capacidad de fuego real de la comunicación a la hora de democratizar la ciencia se da en el actual contexto en el que “los medios” son poderosas herramientas de representación de imaginarios sociales, y en parte son responsables de producir con sus palabras imágenes y narraciones, nuevos mapas informativos en los que el mundo cientÃfico es excluido.
Por un lado se da una fuerte centralidad de la hipercomunicación (medios masivos con discursos conservadores conviven con la irrupción de pantallas novedosas, comunidades virtuales, los blogs, la televisión digital) y por el otro una reciente pero vigorosa disputa por la construcción de sentido y opinión con nuevas tecnologÃas democratizadoras (puja contra los monopolios por la total aplicación de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales, recuperación de relatos silenciados durante la larga década del pensamiento único y toma de la palabra por parte de sectores invisibilizados). En esta batalla por la comunicación, la ciencia no puede ser neutral.
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