Una noche que quedará en el recuerdo
Particularmente inspirada, la orquesta actuó sin ninguna clase de
amplificación. La posibilidad de escuchar los timbres de los
instrumentos sin mediación alguna fue un raro privilegio posibilitado
por una sala de acústica excepcional.
La JLCO es, por definición, un museo sonoro del jazz, pero también permite la diversidad de voces.
Si hay
algo que el jazz rechaza por principio es la idea del museo. El valor de
la música se construye, directamente, sobre las nociones de riesgo y
novedad. Si hay algo imposible en ese género es que algo suene dos veces
igual. O que un músico no esté empeñado en conseguir –y cultivar como
el bien más preciado– su propio sonido. El trabajo del trompetista
Wynton Marsalis –y, en rigor, de cada uno de los formidables integrantes
de la Jazz at Lincoln Center Orchestra– es, precisamente, negociar con
esa imposibilidad. La orquesta es, por definición, un museo sonoro del
jazz. Y de lo que se trata es de lograr lo primero sin abandonar lo
segundo. Es decir de poder dar cuenta de distintos estilos y hasta de
ciertas reconstrucciones filologistas, sin que deje de sentirse la
excitación de la improvisación y del solo y aprovechando –al fin y al
cabo eso es lo que enseñó Ellington– la diversidad de las voces
personales.
En su presentación en un Teatro Colón lleno hasta el tope, la JLCO
alternó el repertorio histórico –y la función de mostrar,
didácticamente, distintos estilos– con composiciones recientes del
propio Marsalis y de otros dos integrantes del grupo, los saxofonistas
Victor Goines y Ted Nash, quienes son, además, sus codirectores
artísticos. Y si un comienzo oficia siempre como tarjeta de presentación
no es un dato menor que en este caso en el principio haya estado un
movimiento de Abyssinian: A Gospel Celebration, la obra que el
trompetista compuso para ser estrenada en 2008, en el bicentenario de la
Iglesia Abisinia de Harlem. Una refinada escritura contrapuntística y
un notable manejo de los volúmenes y tensiones de las secciones de la
orquesta en una composición modernista, ambiciosa en lo formal y plena
de swing en su interpretación.
La orquesta actuó, en esta ocasión, sin ninguna clase de
amplificación y delante del cortinado (posiblemente para neutralizar los
rebotes en el sonido de la batería). Salvo en el caso del piano, que se
perdió un poco en los pasajes colectivos, el balance fue ejemplar y la
posibilidad de escuchar los timbres de los instrumentos sin mediación
alguna, con sus ataques, sus rugosidades y esa tridimensionalidad que
inevitablemente los micrófonos limitan fue, en todo caso, un raro
privilegio posibilitado por una sala de acústica excepcional. En
particular resultó revelador escuchar de esa manera el contrabajo y,
obviamente, a un contrabajista como Carlos Henriquez, con un sonido
bellísimo, una afinación sobrehumana y una infrecuente claridad en la
articulación.
Entre las composiciones nuevas, la orquesta presentó “Tryst with
Destiny”, un movimiento de la Presidential Suite escrita por Nash y
estrenada el año pasado, inspirada en la rítmica y la temática del
discurso de Jawaharlal Nehru, el primer ministro de la India
independiente, en 1947. El delicado entretejido orquestal fue el
vehículo para dos de los solos más fantásticos de la noche, el de su
autor, en saxo alto, y el del trompetista Greg Gisbert, ascético, exacto
y de expresividad intensamente contenida. Goines, como solista en saxo
soprano, presentó un movimiento de Crescent City, una suerte de
concierto que se estrenó en la misma noche que la composición anterior y
que tuvo en esa ocasión, como solista invitado, a Branford Marsalis
como solista. En su papel más arqueológico, la JLCO interpretó
maravillosamente “Blue Room”, un tema precursor del estilo de la banda
de Count Basie, registrado en 1932 durante la legendaria última sesión
del grupo de Bennie Moten, con Hot Lips Page en trompeta, Ben Webster en
saxo tenor y el propio Basie en el piano. También “Mood Indigo”, con el
visionario arreglo original de Ellington (bronces con sordina, y el
clarinete haciendo la voz grave, por debajo de trompeta y trombón),
“Epistrophy”, de Thelonious Monk –y con un verdadero solo monkiano, con
sus rítmicas imprevisibles y sus intervalos angulares, por parte de un
Marsalis particularmente inspirado–, y “Moody’s Mood for Love”, una
pieza vocal de Eddie Je-fferson basada en el famoso solo de James Moody
en la grabación de “I’m in a Mood for Love”, registrada en 1949 junto a
una orquesta sueca y cantada con estilística perfección por los
trombonistas Vincent Gardner y Elliot Mason.
Brillaron, asimismo, movimientos de The New Continent, la suite
escrita por Lalo Schifrin para la orquesta de Gillespie, y la Canadian
Suite de Oscar Peterson. Aquí y allá, un verdadero ensayo sobre las
posibilidades de la sordina wah wah a cargo del trompetista Kenny
Rapton, la fluida digitación del pianista Dan Nimmer, Walter Blanding,
otro gran saxofonista, y la versatilidad del baterista Ali Jackson. Una
pieza en cuarteto, como primer bis, y “Flores negras”, de Francisco de
Caro, en un bello arreglo de Nash (siempre que no se tome como
referencia a la difícilmente superable versión del sexteto de Julio De
Caro, grabada en 1927), completaron una noche para el recuerdo. La JLCO,
que iba a tocar en el Colón en 2005, para el ciclo del Mozarteum, y
debido a un problema gremial debió mudarse al Gran Rex, saldó esta vez
la deuda con creces.
http://www.pagina12.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario