El “detector inteligente de malezas” fue reconocido en 2014 por el programa Innovar como uno de los proyectos destacados de la última década. Andrés Moltoni, responsable de su diseño y desarrollo, cuenta los detalles de este aparato que ahorra dinero y cuida el ambiente.
Andrés Moltoni, investigador a cargo del Laboratorio de Electrónica del Instituto de Ingeniería Rural.
Imagen: Rafael Yohai
Por Pablo Esteban
El “detector inteligente de malezas” es una
tecnología que nació como fruto del trabajo interdisciplinario entre el
Laboratorio de Electrónica y el Laboratorio de Protección de Cultivos
del Instituto de Ingeniería Rural del INTA. Se trata de un dispositivo
que actúa mediante un sistema óptico y detecta la presencia de malezas
en los campos. Como desparrama el herbicida sólo en los sitios
necesarios –es decir, enmalezados–, ahorra dinero a los productores y
ayuda en la prevención de riesgos ambientales. En la actualidad, se
halla en proceso de transferencia. Una cuestión no menor en el engranaje
que conecta la creatividad, el desarrollo y la utilización efectiva de
las innovaciones.
En Argentina, la aplicación de la electrónica al agro comenzó a
principios de los ’90. Por supuesto, existen huellas de innovaciones que
se desarrollaron con anterioridad; sin embargo, en general, se trató de
sistemas de control de nivel básico y de escasa complejidad. El punto
de inflexión fue en 1995, cuando se liberó el GPS para el uso público. A
partir de ese instante, emergió lo que se denomina “agricultura de
precisión”, que efectúa una fuerte utilización del geoposicionamiento y
de referencia, para el control de las áreas de siembra y cultivo.A nivel local, el INTA es el instituto encargado de desarrollar opciones tecnológicas puntuales para que el productor pueda solucionar problemas específicos. Es decir, es un organismo que genera y oferta herramientas confiables de calidad asegurada. En esta oportunidad, Andrés Moltoni –investigador a cargo del Laboratorio de Electrónica del Instituto de Ingeniería Rural– señala cómo surgen las ideas, plantea cómo construir proyectos innovadores y afirma la necesidad de una ciencia aplicada que promueva instrumentos “capaces de modificar la vida de la gente”.
–¿Por qué estudió Ingeniería en Electrónica? –Creo que tomé el legado de mi abuelo, que era técnico electrónico en radio. En la década del ’40, él trabajaba en el Ejército Argentino y luego se trasladó a la Fuerza Aérea. Tras jubilarse, terminó su carrera laboral como personal civil y se encargaba de equipar los aviones con la tecnología necesaria. En paralelo, tenía un taller en su casa y, por supuesto, me llamaba mucho la atención todo lo que hacía. Armaba y vendía radios, hasta que aparecieron los televisores, que ampliaron sus posibilidades comerciales. En definitiva, si bien con mi padre no tuvo suerte porque se recibió de contador, pudo desquitarse conmigo y salí electrónico. Soy ingeniero en Electrónica recibido en la Universidad Tecnológica Nacional y magister en Ingeniería de las Telecomunicaciones por el Instituto Tecnológico de Buenos Aires.
–¿Cuándo ingresó al INTA? –En 2004 ingresé al INTA, precisamente, con el objetivo de desarrollar el detector de malezas. A diferencia de la siembra tradicional, en que las “malas hierbas” se controlan a partir del arado, en la siembra directa –la técnica más utilizada en el país, con un porcentaje que supera el 70 por ciento– no se remueve el suelo y la forma de controlar el yuyo es a través de la aplicación de agroquímicos.
–¿Qué agroquímicos se utilizan? –En particular, se riega con glifosato, que es el herbicida más económico y ampliamente difundido. Antes de sembrar cualquier tipo de cultivo se deben matar las malezas. Sin embargo, los campos no se encuentran ciento por ciento enmalezados, sino que hay “manchones”, es decir, sectores que hay que “reparar”. En efecto, lo que hicimos es crear un dispositivo capaz de localizar los sitios en los que hay malas hierbas y, únicamente, en esas latitudes aplicar el agroquímico.
–En este sentido, ¿cuáles son las ventajas del detector de malezas? –El detector aplica el herbicida sólo en las zonas necesarias. En efecto, permite ahorrar agua y grandes dosis de agroquímico. Se logra eficiencia en esta tarea, en la medida en que se utilizan menos recursos para cumplir con el mismo objetivo: sembrar un campo libre de malezas. Además, se reducen los riesgos, pues un uso inadecuado de los productos químicos podría generar un foco de contaminación al filtrarse hacia una napa. Por último, la ventaja también es económica: el glifosato tiene un alto costo para el productor agropecuario, por ello con este dispositivo se puede ahorrar hasta un 70 por ciento del producto.
–En concreto, ¿cómo funciona? –Se trata de un sensor que apunta al suelo y controla los picos de pulverización en un ángulo de visión de aproximadamente un metro. Entonces, mediante otro sensor que calcula el Indice Verde –mide la reflexión del rojo y el infrarrojo para obtener el verdor en las plantas– se controla si la zona está o no enmalezada. De este modo, cuando el detector pasa por arriba de un yuyo o una planta indeseable para el cultivo, lo advierte mediante su sensor y, directamente, comienza a aplicar producto.
–¿Qué destino tienen este tipo de innovaciones? ¿Son utilizadas para agricultura familiar o sólo por las grandes empresas agropecuarias? –Todos coinciden en que es un equipo muy útil y lo quieren comprar. Sin embargo, hoy en día hay dos ejemplares en el mercado y son importados: ambos superan los cien mil dólares y no están al alcance de nadie. De este modo, la idea de desarrollar el equipo en el ámbito nacional es como sustitución de importación. El costo del dispositivo diseñado por nosotros es muy inferior. Muchos productores se ven tentados a comprarlo, pero no todos tienen la posibilidad de amortizar el gasto.
–En este marco, desde su perspectiva, ¿cuál es el rol que deben cumplir las innovaciones nacionales en tecnología aplicada? –La idea matriz es desarrollar tecnologías que sean necesarias y que impacten de manera positiva en la vida de nuestros habitantes. Hay casos en que las tecnologías que desarrollamos no están en el mundo y otras ocasiones en que el objetivo principal es sustituir una importación.
–Sin embargo, imagino que como todo desarrollo que pretende sustituir una importación debe atravesar un proceso de adaptación. No es lo mismo un dispositivo pensado para una geografía europea o asiática que para la Argentina... –Sí, por supuesto. Se modifican tanto los contextos como las condiciones y las restricciones de uso. Desde esta perspectiva, desarrollar una tecnología nacional implica sumar un know-how, pero también considerar nuestros suelos y todas las variables que caracterizan al paisaje de siembra y cultivo local. De aquí, el valor agregado del detector.
–¿Qué se tiene en cuenta al momento de diseñar un producto? –El INTA tiene un trabajo en red que vincula todos los territorios del país. Desde geografías puntuales surgen necesidades específicas. Entonces, ante una situación problemática determinada, nosotros analizamos las posibles soluciones. La idea rectora es ayudar a resolver un conflicto que modifique el trabajo de la mayor cantidad de productores. En este sentido, todo desarrollo de una nueva tecnología implica un estudio de campo previo que permite conocer el alcance del problema. Frente a una gran cantidad de dificultades que los productores nacionales puedan tener, escogemos resolver aquellas que son técnicamente viables –es decir, que se pueden concretar en un tiempo aceptable– y que, además, involucren a varias regiones. El detector de malezas concentra el interés de gran parte de la nación, porque engloba a todos los individuos que utilizan siembra directa.
–Usted combina su trabajo en el INTA con la docencia en la Universidad Nacional de Moreno. ¿Qué otras actividades realiza más allá del trabajo académico y de investigación? ¿Tiene algún hobby? –Lo que a mí siempre me gustó de la electrónica es que promueve la creatividad y la autonomía. Uno puede armar, prácticamente, lo que quiere. Muchas veces, en mis ratos libres modifico algún aparatito de uso particular y cotidiano. En este momento, restauro un auto y la alarma la estoy diseñando yo mismo. Por otro lado, estoy finalizando un sistema inteligente de iluminación para mi casa. Esas pequeñas actividades me resultan gratificantes al espíritu. La verdad es que no lo tomo como un trabajo porque disfruto mucho mientras lo hago.
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