lunes, 29 de junio de 2015

Opina Sergio Leandro

"Es muy loco enseñarles Shakespeare a los ingleses"

Es argentino y se instaló en Londres en el año 2000, con la idea de aprender el idioma para acceder a los textos de Shakespeare. Y terminó dando clase del escritor más importante en lengua inglesa a los propios ingleses. Cómo fue el recorrido, el teatro-librería que montó y su experiencia como docente de dramaturgia en la cárcel.

Por Andrew Graham-Yooli

Desde Londres
El lugar del encuentro es una muy pequeña librería en la calle de la cortada (The Cut) muy cerca de la estación terminal de Waterloo, en la zona sur de Londres. Estaba en Buenos Aires, tenía 41 años, había pasado un año en Australia contratado por el teatro El Globo de Sydney para hacer un trabajo con actores latinoamericanos y australianos y ahí “me di cuenta de las limitaciones que me imponían ser incapaz de leer inglés. Decidí ‘ahora o nunca’, aproveché que vinimos a Londres con una obra a un pequeño festival en el norte de la ciudad, en Camden Town, y me quedé”.
–En el 2000, hace 15 años, ¿así nomás? –En Buenos Aires formé la compañía La Cabeza de Jabalí, pero hubo que terminarla cuando llegué a Londres y así fue que 10 años después pusimos la librería con una salita de teatro. Estamos en esta ubicación bastante especial, a una cuadra del Teatro Old Vic, frente al Young Vic (que se fundó en la primera mitad de los años ’70) y con el Teatro Nacional aquí cerca, todo en una concentración privilegiada por la presencia de tanto teatro. Mi primer objetivo al venir a Londres era aprender el idioma para poder acceder a los textos de Shakespeare. No me sentía serio profesionalmente. Sabía que me estaba perdiendo una dimensión de su trabajo que era fundamental. A eso vine. Muy pronto logré ganarme un puesto docente en el Morley College, un centro de educación adulta también en esta zona al sur de Londres. A partir de 2005, enseño Shakespeare en Inglaterra, justamente, con este acento mío. Eso me dio muchísima confianza. En cierto sentido es muy loco enseñarles Shakespeare a los ingleses. Es muy loco. Estuve en Buenos Aires en 2012 llevando un espectáculo (A Lover’s Complaint, con Daniel Kelly) al Festival Shakespeare de Buenos Aires, que dirige Patricio Orozco (y colabora mucho Cristina Pérez, si bien a ella no la conozco). A principios de este año (2015) viajé para poner “Venus & Adonis”, el poema de Shakespeare magníficamente traducido al español en verso por Mariano de Vedia y Mitre, en el Teatro del Abasto, que es una reposición. La calidad de esa versión nos decidió, con el actor Bernardo Forteza, poner el espectáculo. Era la obra que dejé puesta en Buenos Aires cuando me mudé a Londres. Un solo actor (Forteza) hace de Venus, de Adonis y de narrador. El actor siempre lo quiso volver a hacer y se dio.
–Quizás habría que explicar todo esto un poquito más. Para mí es muy divertido escribir que usted se instaló como profesor de Shakespeare para enseñar a los ingleses... –Mis especialidades fueron y siguen siendo Shakespeare y Samuel Beckett. Pero por ahora, aparte del Venus & Adonis que tengo en el teatro del Abasto, abandoné hacer obras de ellos. Dirigí 16 de sus obras y actué en muchas otras. En Londres contacté a John Calder porque era el gran amigo y editor de Beckett. Me dio una entrevista, estaban haciendo Esperando a Godot y necesitaban un actor, preferentemente con acento, con “un” acento, no importaba de dónde, que fuera capaz de hacer Lucky, el esclavo en Esperando a Godot. Eso incluye un monólogo de tres páginas, unas setecientas palabras, y mi inglés era muy nuevo, pero quedé en la obra y empecé a trabajar.
–¿Y cómo se crea el vínculo con esta librería? Es un espacio muy pequeño, con una sala teatral al fondo, que se usa para ensayos y obras en escena. –El vínculo fue por medio de Beckett, porque como dije, John Mackenzie Calder (1927), canadiense y escocés, era un gran amigo y editor del irlandés Beckett. De ahí también entran en alguna medida otras personalidades que pertenecen a lo que se dio en llamar el teatro de lo absurdo, de la condición humana, que es diferente de lo que se conoce como el “teatro del absurdo”. El dramaturgo inglés Harold Pinter admiraba mucho a Beckett y de ahí que fueran parte de algo así como un trío de amigos, que incluía a Tom Stoppard (no creo que Calder fuera del grupo, aunque colaboraban todos y circulaban y se conocían algo así como los “Beckett children”), quizás entrase en esto el norteamericano Edward Albee, en sus comienzos. Como decía, John Calder se retiró, vive en París y este lugar, en consonancia con la zona que se estaba poniendo más elegante, se iba a transformar en un Pret a Manger, una cadena de sándwiches y comidas rápidas fundada en 1984. Conocíamos la historia del espacio, buscábamos un local donde trabajar y decidimos rescatarlo. Nunca fue hecho con la intención de ganar gran dinero. Sí, que se mantuviera un concepto de patrimonio intelectual de Beckett y Calder. Nos instalamos. El Bookshop (librería) así mantiene la tradición establecida por Calder. Nos especializamos en libros de teatro (en dos tercios del espacio de estantes, un tercio para libros de política y una mesa en el medio con libros de segunda o décima mano). En el espacio de atrás tenemos un teatro, ya sin obras ni de Shakespeare ni de Beckett. Hacemos un teatro político o tratamos cuestiones sociales del momento o que están en discusión y debate.
–El espacio teatral tiene en la actualidad 24 butacas, nada más. Es poco como teatro... –Se puede agrandar hasta cuarenta butacas. El espacio se alquila a diferentes grupos para ensayos. Especialmente en lo experimental. Con Calder se usaba el fondo para lecturas de teatro. Todos los jueves se organizaban lecturas. Y siempre fue el lugar de los libros “usados”. El proyecto fue siempre usar el teatro como herramienta de cambio y toda la librería se constituía en un espacio de militancia. De clara definición. Por ejemplo, aquí no se encuentra una biografía de Margaret Thatcher... no están ni Milton Friedman ni Fukuyama. No somos equilibrados ni queremos serlo. Nos interesa el conflicto palestino-israelí, los desaparecidos en la Argentina, Teatro x la Identidad lo hacemos todos los años, en inglés. Danny Kelly, nuestro socio actor, va a ser el principal en una puesta de La Fiaca, de Ricardo Talesnik, y que hizo Norman Briski.
–Usted habla en plural pero al único que conozco es a usted... –Somos cuatro socios en el proyecto, dos argentinos, Luis Gayol, que es director y está a cargo de Teatro x la Identidad, ha traducido al inglés varias obras de la serie de las Abuelas de Plaza de Mayo, y yo, y dos ingleses, Danny Kelly y Mark Newman, que son actores. Con Luis Gayol compartimos la dirección de los espectáculos. Son gente de teatro, si bien vienen de otras actividades. Danny vendía productos orgánicos, luego de varios años como periodista. Tenemos entre cinco y seis espectáculos por año. Trabajamos con profesionales. Yo empecé en el teatro en los años setenta en Buenos Aires. Ahora dije basta de probar si soy mejor o peor o igual que otros en situación parecida y me empecé a interesar por la política, llevada al teatro. Volví a una vieja vocación que quedó abortada por la dictadura: en el ’76 yo estaba en la secundaria. Había miedo. Con esa época superada, la pregunta es, ¿cómo se puede juntar mi trabajo en el teatro con la política? Y la conclusión es que el teatro es una herramienta política. Es difícil.
–Ahora está usted en una transición... –Tardé siete años en volver a la Argentina. Salí de Buenos Aires en el 2000, absolutamente desilusionado, la narrativa menemista todavía se trasmitía, había descreimiento en la política, etc. Pensé que no iba a volver más. En 2007, por circunstancias familiares, vuelvo y veo otro país. Vi una transformación que no podía creer. La gente articulaba de otra manera. Quizás eso se ve más concretamente por venir del teatro. Había otro discurso. Revivió mi interés por la política a través del teatro. Este interés me lleva a ver cómo puedo usar el teatro. En lo inmediato me llevó a trabajar en la cárcel con presidiarios.
–Ese es un aspecto interesante, pero aclaremos que no podemos identificar o nombrar la cárcel por razones de seguridad. –Es la cárcel más grande de Londres y es donde estuvo detenido Oscar Wilde antes de ser trasladado a la cárcel de Reading. Pero no la vamos a nombrar. La evidencia del objetivo de lo que hacemos es social y político y está en nuestro escenario. Ahí se ve la utilería, un lavabo mínimo, un estante, en una celda carcelaria. Quedó ahí, de la última obra que pusimos esta temporada que termina. Fue escrita por un actor y dramaturgo, Simon Bennett, que trabaja conmigo en la cárcel, da clases de inglés a los presos extranjeros. Ahí está que la obra se basa en nuestras propias observaciones y vivencias. Se trata en este caso de dos presos que no se conocen: uno es de clase alta y es negro, en prisión por primera vez. El otro es un tipo blanco, miembro de lo que fue la clase trabajadora, un remanente del thatcherismo, un reincidente permanente. El texto se compone de lo que nosotros escuchamos, se construye la obra desde la realidad, 5 Days For The Queen (5 Días por La Reina), del dramaturgo Bennett.
–Son las influencias e impresiones personales que salen a relucir en el choque social de estos dos personajes... –Refleja la distancia que hay aquí entre clases, hay un vacío muy grande. Es muy notable la justicia clasista aquí. Si hay un tres por ciento de gente de clase media a clase media alta en la cárcel es mucho. Yo estoy admirado del fenómeno latinoamericano de los últimos diez o doce años. Estoy fascinado porque lo que comienza a suceder en todos los sectores y de las organizaciones sociales y con todas sus dificultades es el cambio de paradigma. Uno lo ve en la lucha de todos los días. Ese cambio que se comienza a vivir allá, digo allá en la Argentina, no se lo ve aquí en Inglaterra. Yo trabajo en la educación en las cárceles, creo en la educación como un instrumento de cambio, el problema es que la resistencia al cambio está tan incrustada. Frente a la idea de que ser es tener, se hace muy difícil producir un cambio. Hoy leía en un diario argentino acerca del primer preso en una cárcel argentina que se recibió de sociólogo. Las carreras que más se estudian en las cárceles en la Argentina son la abogacía y la economía. Los presos mismos decían que eligieron la sociología como la carrera que podría provocar un cambio en ellos. La pregunta que nos hacemos aquí en Inglaterra es por qué un pibe que entra a la cárcel a los dieciocho años y permanece ahí hasta los treinta y pico, entre idas y venidas, porque la reincidencia es más del setenta por ciento aquí, sale transformado. Transformado porque delinque mejor. Ellos mismo me lo dicen: “Sergio, esto es como venir a la universidad. Aprendés a delinquir cada vez mejor. Venís sin experiencia, que por eso caíste fácil, y vas aprendiendo a hacer las cosas cada vez mejor”. Bueno, cómo se corta este círculo vicioso. ¿Cómo se convence a un vendedor de drogas que lo que está haciendo no es “free enterprise” (capitalismo de libre empresa)? Si en resumen el sale tan “self-made man” (formado por cuenta propia) como sale el “entrepreneur” entrevistado en una revista de millonarios. En la obra que pusimos presentamos como objetivo de ellos convertirse en capitalistas. En realidad, el lumpen blanco quería convertirse en capitalista de libre empresa, el negro de clase alta se daba cuenta de que lo que hacía falta era una revolución.
Esto lo saqué yo, como experiencia propia del contacto en la cárcel, y le dije al autor que lo incluyera: el objetivo de ellos es no parar hasta amasar el “primer billón”, los primeros mil millones. No era un millón. Dije, cambiemos una letra.
–¿Cómo llegó usted a ser maestro o digamos profesor en la cárcel? –Estaba enseñando el curso de Shakespeare en Morley College y siempre quise trabajar en una cárcel. Por alguna razón siempre me atrajo, quizá por haber visto la producción en 1957 de Esperando a Godot, en la cárcel de San Quentin, en California, que fue histórica. De ahí que vengo de participar en la vida política del teatro, en la política social británica. Empiezo a militar en las protestas contra las guerras. Llevé una producción teatral frente a la embajada de Estados Unidos en Londres, en la que se leen los poemas y cartas de los presos en Guantánamo. Tenía más policía armada que público. Lo hice también en Buenos Aires en la ESMA, hace unos cuantos años. De ahí me convertí en delegado sindical de los docentes en la cárcel. Y con todo eso, empiezo a ver cómo el teatro, más allá de ser una actividad social en donde te dicen “qué lindo lo que hacés”, me parecía que podía ser una herramienta de cambio. Empiezo también a trabajar con textos del dramaturgo y escritor brasileño Augusto Boal (1931-2009), que era ingeniero químico de formación. luego genio teatral. Solicité trabajar gratis en la cárcel, enseñando teatro. Me aprueban. Tenían una profesora que enseñaba teatro que no era del ambiente teatral, yo enseñaba teatro desde 1990. Me dicen, “tu primer trabajo es difícil, tenés que tener la mente muy abierta porque vas trabajar con los procesados por delitos sexuales, los ‘sex offenders’. Acepté, son gente, dije. Hice Hamlet con ellos. Tomamos una versión de Tom Stoppard que se llama ‘Hamlet en quince minutos’, una reducción. Fue un éxito en la institución. Me empecé a dar cuenta del impacto que tenía para ellos adueñarse de este objeto que era una obra de teatro en este caso. Lo que más me interesa de Shakespeare es cómo describe los procesos en un sistema. La génesis, el apogeo, la caída y la reiteración. Trabajé seis meses como voluntario y me ofrecieron un contrato. Desde 2008 soy empleado en la cárcel. El año pasado, con orgullo lo digo, les propuse hacer una obra para radio en la cárcel. Decidí que yo no iba a elegir ni escribir el tema, que lo elegiríamos democráticamente. Eran casi todos negros los internos y elegimos una obra sobre Nelson Mandela. Lo original fue que se pusieron a investigar y decidieron mezclar a Shakespeare y Mandela. ¿Por qué? Porque en Robben Island, en Sudáfrica, donde estuvo encerrado Mandela durante 27 años, estaba prohibido cualquier tipo de libro excepto los libros religiosos. Los presos se arreglaron para contrabandear las obras completas de Shakespeare. ¿Cómo las contrabandearon? Les pegaron en las tapas estampitas religiosas y los guardias ni se preocuparon por fijarse en el contenido. La obra favorita de Mandela era el Julio César de Shakespeare. Sacamos un Premio Koestler, que lo instituyó el escritor Arthur Koestler y es el más grande en Inglaterra y se otorga por obras de arte hechas en un lugar de encierro. Los temas que yo trato de tomar en mis clases de teatro, o de política, trato de no pasar un tipo de material que define a una clase. Lo que les digo es, “si ustedes quieren de verdad luchar para cambiar la situación tienen que manejar el lenguaje del enemigo”. A mí me gusta hablar con ellos en una especie de patois local, un inglés de jerga, el dialecto del encierro. Me gusta el idioma de la clase trabajadora o el acento de los negros. Son expresivos, poéticos y tienen su lógica. Tienen que dominar el lenguaje del enemigo, entonces lo que hacen es elegir sus propias obras. Ah, y siempre tenemos a Shakespeare en la primera parte de la clase. Aprenden cómo manejar el verso, el ritmo, el número de palabras nuevas...
–¿Cuántas horas dedica a la enseñanza en los correccionales? –De teatro, son once horas semanales. Cada sesión es de tres horas y quince minutos. Doy otro curso, de política, con otros alumnos, eso insume quince horas semanales. Trabajo mucho. En la librería y el teatro me paso sábado y domingo enteros, además de mucho más tiempo cuando dirijo una obra y hay ensayos. Sí, en la enseñanza me paso diez horas encerrado cada vez.
–¿Hasta qué límite se le permite debatir conceptos en las clases de política? –No existe límite porque no se permite el debate político. Que yo lo haga es otra cosa. Los ejercicios que provee la empresa privada contratada para estos suministros entrega hojas con cuadritos donde hay que ponerle una X o un O, pero nada más. Son cuestionarios para un chico de ocho años. Yo les recuerdo a cada rato que no pueden escribir o describir lo que les sucede con un vocabulario de doscientas palabras. Se fascinan con palabras nuevas y puntos de vista que nunca conocieron. No digo que esto produzca un cambio. Tan “naïf” no soy. Pero si alguno tiene interés en avanzar, leyendo, estudiando, el cambio se inicia.
–¿Qué va a llevar a Buenos Aires si vuelve a la Argentina? –Quiero volver. No quiero quedarme aquí: el clima político desde la última elección en mayo no es lindo. Eso mirando la forma en que arrasó el primer ministro David Cameron. La mayoría de los británicos permitió que Cameron continúe con esta tarea de devastación social, que es grosera, ofensiva, indigna. Seguirá reinando la antipolítica, el descreimiento en los procesos. Además, estoy cansado.
–¿Piensa que va a ser más descansado en Buenos Aires? –No, pero por lo menos puedo disfrutar de la efervescencia. También, sería interesante estudiar ciencias políticas.

v

No hay comentarios:

Publicar un comentario