"Es muy loco enseñarles Shakespeare a los ingleses"
Es argentino y se instaló en Londres en el año 2000, con la idea de
aprender el idioma para acceder a los textos de Shakespeare. Y terminó
dando clase del escritor más importante en lengua inglesa a los propios
ingleses. Cómo fue el recorrido, el teatro-librería que montó y su
experiencia como docente de dramaturgia en la cárcel.
Por Andrew Graham-Yooli
Desde Londres
El lugar del encuentro es una muy pequeña librería en la calle de la
cortada (The Cut) muy cerca de la estación terminal de Waterloo, en la
zona sur de Londres. Estaba en Buenos Aires, tenía 41 años, había pasado
un año en Australia contratado por el teatro El Globo de Sydney para
hacer un trabajo con actores latinoamericanos y australianos y ahí “me
di cuenta de las limitaciones que me imponían ser incapaz de leer
inglés. Decidí ‘ahora o nunca’, aproveché que vinimos a Londres con una
obra a un pequeño festival en el norte de la ciudad, en Camden Town, y
me quedé”.
–En el 2000, hace 15 años, ¿así nomás?
–En Buenos Aires formé la compañía La Cabeza de Jabalí, pero hubo
que terminarla cuando llegué a Londres y así fue que 10 años después
pusimos la librería con una salita de teatro. Estamos en esta ubicación
bastante especial, a una cuadra del Teatro Old Vic, frente al Young Vic
(que se fundó en la primera mitad de los años ’70) y con el Teatro
Nacional aquí cerca, todo en una concentración privilegiada por la
presencia de tanto teatro. Mi primer objetivo al venir a Londres era
aprender el idioma para poder acceder a los textos de Shakespeare. No me
sentía serio profesionalmente. Sabía que me estaba perdiendo una
dimensión de su trabajo que era fundamental. A eso vine. Muy pronto
logré ganarme un puesto docente en el Morley College, un centro de
educación adulta también en esta zona al sur de Londres. A partir de
2005, enseño Shakespeare en Inglaterra, justamente, con este acento mío.
Eso me dio muchísima confianza. En cierto sentido es muy loco
enseñarles Shakespeare a los ingleses. Es muy loco. Estuve en Buenos
Aires en 2012 llevando un espectáculo (A Lover’s Complaint, con Daniel
Kelly) al Festival Shakespeare de Buenos Aires, que dirige Patricio
Orozco (y colabora mucho Cristina Pérez, si bien a ella no la conozco). A
principios de este año (2015) viajé para poner “Venus & Adonis”, el
poema de Shakespeare magníficamente traducido al español en verso por
Mariano de Vedia y Mitre, en el Teatro del Abasto, que es una
reposición. La calidad de esa versión nos decidió, con el actor Bernardo
Forteza, poner el espectáculo. Era la obra que dejé puesta en Buenos
Aires cuando me mudé a Londres. Un solo actor (Forteza) hace de Venus,
de Adonis y de narrador. El actor siempre lo quiso volver a hacer y se
dio.
–Quizás habría que explicar todo esto un poquito más. Para
mí es muy divertido escribir que usted se instaló como profesor de
Shakespeare para enseñar a los ingleses...
–Mis especialidades fueron y siguen siendo Shakespeare y Samuel
Beckett. Pero por ahora, aparte del Venus & Adonis que tengo en el
teatro del Abasto, abandoné hacer obras de ellos. Dirigí 16 de sus obras
y actué en muchas otras. En Londres contacté a John Calder porque era
el gran amigo y editor de Beckett. Me dio una entrevista, estaban
haciendo Esperando a Godot y necesitaban un actor, preferentemente con
acento, con “un” acento, no importaba de dónde, que fuera capaz de hacer
Lucky, el esclavo en Esperando a Godot. Eso incluye un monólogo de tres
páginas, unas setecientas palabras, y mi inglés era muy nuevo, pero
quedé en la obra y empecé a trabajar.
–¿Y cómo se crea el vínculo con esta librería? Es un espacio
muy pequeño, con una sala teatral al fondo, que se usa para ensayos y
obras en escena.
–El vínculo fue por medio de Beckett, porque como dije, John
Mackenzie Calder (1927), canadiense y escocés, era un gran amigo y
editor del irlandés Beckett. De ahí también entran en alguna medida
otras personalidades que pertenecen a lo que se dio en llamar el teatro
de lo absurdo, de la condición humana, que es diferente de lo que se
conoce como el “teatro del absurdo”. El dramaturgo inglés Harold Pinter
admiraba mucho a Beckett y de ahí que fueran parte de algo así como un
trío de amigos, que incluía a Tom Stoppard (no creo que Calder fuera del
grupo, aunque colaboraban todos y circulaban y se conocían algo así
como los “Beckett children”), quizás entrase en esto el norteamericano
Edward Albee, en sus comienzos. Como decía, John Calder se retiró, vive
en París y este lugar, en consonancia con la zona que se estaba poniendo
más elegante, se iba a transformar en un Pret a Manger, una cadena de
sándwiches y comidas rápidas fundada en 1984. Conocíamos la historia del
espacio, buscábamos un local donde trabajar y decidimos rescatarlo.
Nunca fue hecho con la intención de ganar gran dinero. Sí, que se
mantuviera un concepto de patrimonio intelectual de Beckett y Calder.
Nos instalamos. El Bookshop (librería) así mantiene la tradición
establecida por Calder. Nos especializamos en libros de teatro (en dos
tercios del espacio de estantes, un tercio para libros de política y una
mesa en el medio con libros de segunda o décima mano). En el espacio de
atrás tenemos un teatro, ya sin obras ni de Shakespeare ni de Beckett.
Hacemos un teatro político o tratamos cuestiones sociales del momento o
que están en discusión y debate.
–El espacio teatral tiene en la actualidad 24 butacas, nada más. Es poco como teatro...
–Se puede agrandar hasta cuarenta butacas. El espacio se alquila a
diferentes grupos para ensayos. Especialmente en lo experimental. Con
Calder se usaba el fondo para lecturas de teatro. Todos los jueves se
organizaban lecturas. Y siempre fue el lugar de los libros “usados”. El
proyecto fue siempre usar el teatro como herramienta de cambio y toda la
librería se constituía en un espacio de militancia. De clara
definición. Por ejemplo, aquí no se encuentra una biografía de Margaret
Thatcher... no están ni Milton Friedman ni Fukuyama. No somos
equilibrados ni queremos serlo. Nos interesa el conflicto
palestino-israelí, los desaparecidos en la Argentina, Teatro x la
Identidad lo hacemos todos los años, en inglés. Danny Kelly, nuestro
socio actor, va a ser el principal en una puesta de La Fiaca, de Ricardo
Talesnik, y que hizo Norman Briski.
–Usted habla en plural pero al único que conozco es a usted...
–Somos cuatro socios en el proyecto, dos argentinos, Luis Gayol, que
es director y está a cargo de Teatro x la Identidad, ha traducido al
inglés varias obras de la serie de las Abuelas de Plaza de Mayo, y yo, y
dos ingleses, Danny Kelly y Mark Newman, que son actores. Con Luis
Gayol compartimos la dirección de los espectáculos. Son gente de teatro,
si bien vienen de otras actividades. Danny vendía productos orgánicos,
luego de varios años como periodista. Tenemos entre cinco y seis
espectáculos por año. Trabajamos con profesionales. Yo empecé en el
teatro en los años setenta en Buenos Aires. Ahora dije basta de probar
si soy mejor o peor o igual que otros en situación parecida y me empecé a
interesar por la política, llevada al teatro. Volví a una vieja
vocación que quedó abortada por la dictadura: en el ’76 yo estaba en la
secundaria. Había miedo. Con esa época superada, la pregunta es, ¿cómo
se puede juntar mi trabajo en el teatro con la política? Y la conclusión
es que el teatro es una herramienta política. Es difícil.
–Ahora está usted en una transición...
–Tardé siete años en volver a la Argentina. Salí de Buenos Aires en
el 2000, absolutamente desilusionado, la narrativa menemista todavía se
trasmitía, había descreimiento en la política, etc. Pensé que no iba a
volver más. En 2007, por circunstancias familiares, vuelvo y veo otro
país. Vi una transformación que no podía creer. La gente articulaba de
otra manera. Quizás eso se ve más concretamente por venir del teatro.
Había otro discurso. Revivió mi interés por la política a través del
teatro. Este interés me lleva a ver cómo puedo usar el teatro. En lo
inmediato me llevó a trabajar en la cárcel con presidiarios.
–Ese es un aspecto interesante, pero aclaremos que no podemos identificar o nombrar la cárcel por razones de seguridad.
–Es la cárcel más grande de Londres y es donde estuvo detenido Oscar
Wilde antes de ser trasladado a la cárcel de Reading. Pero no la vamos a
nombrar. La evidencia del objetivo de lo que hacemos es social y
político y está en nuestro escenario. Ahí se ve la utilería, un lavabo
mínimo, un estante, en una celda carcelaria. Quedó ahí, de la última
obra que pusimos esta temporada que termina. Fue escrita por un actor y
dramaturgo, Simon Bennett, que trabaja conmigo en la cárcel, da clases
de inglés a los presos extranjeros. Ahí está que la obra se basa en
nuestras propias observaciones y vivencias. Se trata en este caso de dos
presos que no se conocen: uno es de clase alta y es negro, en prisión
por primera vez. El otro es un tipo blanco, miembro de lo que fue la
clase trabajadora, un remanente del thatcherismo, un reincidente
permanente. El texto se compone de lo que nosotros escuchamos, se
construye la obra desde la realidad, 5 Days For The Queen (5 Días por La
Reina), del dramaturgo Bennett.
–Son las influencias e impresiones personales que salen a relucir en el choque social de estos dos personajes...
–Refleja la distancia que hay aquí entre clases, hay un vacío muy
grande. Es muy notable la justicia clasista aquí. Si hay un tres por
ciento de gente de clase media a clase media alta en la cárcel es mucho.
Yo estoy admirado del fenómeno latinoamericano de los últimos diez o
doce años. Estoy fascinado porque lo que comienza a suceder en todos los
sectores y de las organizaciones sociales y con todas sus dificultades
es el cambio de paradigma. Uno lo ve en la lucha de todos los días. Ese
cambio que se comienza a vivir allá, digo allá en la Argentina, no se lo
ve aquí en Inglaterra. Yo trabajo en la educación en las cárceles, creo
en la educación como un instrumento de cambio, el problema es que la
resistencia al cambio está tan incrustada. Frente a la idea de que ser
es tener, se hace muy difícil producir un cambio. Hoy leía en un diario
argentino acerca del primer preso en una cárcel argentina que se recibió
de sociólogo. Las carreras que más se estudian en las cárceles en la
Argentina son la abogacía y la economía. Los presos mismos decían que
eligieron la sociología como la carrera que podría provocar un cambio en
ellos. La pregunta que nos hacemos aquí en Inglaterra es por qué un
pibe que entra a la cárcel a los dieciocho años y permanece ahí hasta
los treinta y pico, entre idas y venidas, porque la reincidencia es más
del setenta por ciento aquí, sale transformado. Transformado porque
delinque mejor. Ellos mismo me lo dicen: “Sergio, esto es como venir a
la universidad. Aprendés a delinquir cada vez mejor. Venís sin
experiencia, que por eso caíste fácil, y vas aprendiendo a hacer las
cosas cada vez mejor”. Bueno, cómo se corta este círculo vicioso. ¿Cómo
se convence a un vendedor de drogas que lo que está haciendo no es “free
enterprise” (capitalismo de libre empresa)? Si en resumen el sale tan
“self-made man” (formado por cuenta propia) como sale el “entrepreneur”
entrevistado en una revista de millonarios. En la obra que pusimos
presentamos como objetivo de ellos convertirse en capitalistas. En
realidad, el lumpen blanco quería convertirse en capitalista de libre
empresa, el negro de clase alta se daba cuenta de que lo que hacía falta
era una revolución.
Esto lo saqué yo, como experiencia propia del contacto en la cárcel,
y le dije al autor que lo incluyera: el objetivo de ellos es no parar
hasta amasar el “primer billón”, los primeros mil millones. No era un
millón. Dije, cambiemos una letra.
–¿Cómo llegó usted a ser maestro o digamos profesor en la cárcel?
–Estaba enseñando el curso de Shakespeare en Morley College y
siempre quise trabajar en una cárcel. Por alguna razón siempre me
atrajo, quizá por haber visto la producción en 1957 de Esperando a
Godot, en la cárcel de San Quentin, en California, que fue histórica. De
ahí que vengo de participar en la vida política del teatro, en la
política social británica. Empiezo a militar en las protestas contra las
guerras. Llevé una producción teatral frente a la embajada de Estados
Unidos en Londres, en la que se leen los poemas y cartas de los presos
en Guantánamo. Tenía más policía armada que público. Lo hice también en
Buenos Aires en la ESMA, hace unos cuantos años. De ahí me convertí en
delegado sindical de los docentes en la cárcel. Y con todo eso, empiezo a
ver cómo el teatro, más allá de ser una actividad social en donde te
dicen “qué lindo lo que hacés”, me parecía que podía ser una herramienta
de cambio. Empiezo también a trabajar con textos del dramaturgo y
escritor brasileño Augusto Boal (1931-2009), que era ingeniero químico
de formación. luego genio teatral. Solicité trabajar gratis en la
cárcel, enseñando teatro. Me aprueban. Tenían una profesora que enseñaba
teatro que no era del ambiente teatral, yo enseñaba teatro desde 1990.
Me dicen, “tu primer trabajo es difícil, tenés que tener la mente muy
abierta porque vas trabajar con los procesados por delitos sexuales, los
‘sex offenders’. Acepté, son gente, dije. Hice Hamlet con ellos.
Tomamos una versión de Tom Stoppard que se llama ‘Hamlet en quince
minutos’, una reducción. Fue un éxito en la institución. Me empecé a dar
cuenta del impacto que tenía para ellos adueñarse de este objeto que
era una obra de teatro en este caso. Lo que más me interesa de
Shakespeare es cómo describe los procesos en un sistema. La génesis, el
apogeo, la caída y la reiteración. Trabajé seis meses como voluntario y
me ofrecieron un contrato. Desde 2008 soy empleado en la cárcel. El año
pasado, con orgullo lo digo, les propuse hacer una obra para radio en la
cárcel. Decidí que yo no iba a elegir ni escribir el tema, que lo
elegiríamos democráticamente. Eran casi todos negros los internos y
elegimos una obra sobre Nelson Mandela. Lo original fue que se pusieron a
investigar y decidieron mezclar a Shakespeare y Mandela. ¿Por qué?
Porque en Robben Island, en Sudáfrica, donde estuvo encerrado Mandela
durante 27 años, estaba prohibido cualquier tipo de libro excepto los
libros religiosos. Los presos se arreglaron para contrabandear las obras
completas de Shakespeare. ¿Cómo las contrabandearon? Les pegaron en las
tapas estampitas religiosas y los guardias ni se preocuparon por
fijarse en el contenido. La obra favorita de Mandela era el Julio César
de Shakespeare. Sacamos un Premio Koestler, que lo instituyó el escritor
Arthur Koestler y es el más grande en Inglaterra y se otorga por obras
de arte hechas en un lugar de encierro. Los temas que yo trato de tomar
en mis clases de teatro, o de política, trato de no pasar un tipo de
material que define a una clase. Lo que les digo es, “si ustedes quieren
de verdad luchar para cambiar la situación tienen que manejar el
lenguaje del enemigo”. A mí me gusta hablar con ellos en una especie de
patois local, un inglés de jerga, el dialecto del encierro. Me gusta el
idioma de la clase trabajadora o el acento de los negros. Son
expresivos, poéticos y tienen su lógica. Tienen que dominar el lenguaje
del enemigo, entonces lo que hacen es elegir sus propias obras. Ah, y
siempre tenemos a Shakespeare en la primera parte de la clase. Aprenden
cómo manejar el verso, el ritmo, el número de palabras nuevas...
–¿Cuántas horas dedica a la enseñanza en los correccionales?
–De teatro, son once horas semanales. Cada sesión es de tres horas y
quince minutos. Doy otro curso, de política, con otros alumnos, eso
insume quince horas semanales. Trabajo mucho. En la librería y el teatro
me paso sábado y domingo enteros, además de mucho más tiempo cuando
dirijo una obra y hay ensayos. Sí, en la enseñanza me paso diez horas
encerrado cada vez.
–¿Hasta qué límite se le permite debatir conceptos en las clases de política?
–No existe límite porque no se permite el debate político. Que yo lo
haga es otra cosa. Los ejercicios que provee la empresa privada
contratada para estos suministros entrega hojas con cuadritos donde hay
que ponerle una X o un O, pero nada más. Son cuestionarios para un chico
de ocho años. Yo les recuerdo a cada rato que no pueden escribir o
describir lo que les sucede con un vocabulario de doscientas palabras.
Se fascinan con palabras nuevas y puntos de vista que nunca conocieron.
No digo que esto produzca un cambio. Tan “naïf” no soy. Pero si alguno
tiene interés en avanzar, leyendo, estudiando, el cambio se inicia.
–¿Qué va a llevar a Buenos Aires si vuelve a la Argentina?
–Quiero volver. No quiero quedarme aquí: el clima político desde la
última elección en mayo no es lindo. Eso mirando la forma en que arrasó
el primer ministro David Cameron. La mayoría de los británicos permitió
que Cameron continúe con esta tarea de devastación social, que es
grosera, ofensiva, indigna. Seguirá reinando la antipolítica, el
descreimiento en los procesos. Además, estoy cansado.
–¿Piensa que va a ser más descansado en Buenos Aires?
–No, pero por lo menos puedo disfrutar de la efervescencia. También, sería interesante estudiar ciencias políticas.
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