La amistad que hizo posible una obra monumental
Eduardo Cetner imaginó una pintura gigantesca, La Gran Bajante; diez
amigos fieles se la financiaron con una cuota mensual y son los dueños
orgullosos de los 10 paneles que la integran.
Detalle de La Gran Bajante.
Eduardo Cetner es afortunado como pocos. Además del
don de la pintura, tiene la bendición de diez amigos de toda la vida,
que lo quieren bien. A ese grupo de señores mayormente canosos, de
chiste fácil y profesiones diversas debe Cetner la que piensa que es su
obra cumbre, que se expondrá desde el 18 de diciembre en el Palacio
Duhau (avenida Alvear 1661).
La Gran Bajante es una pintura
monumental de 25 metros, conformada por 10 cuadros autónomos de 1,8 x
2,5 metros, que funcionan como un friso de cielos que pasan del blanco
al naranja y al verde, y una línea de horizonte fija a 62 centímetros
del suelo. En primer plano, la acción se desata en unas figuritas que
pasean por el raro espectáculo del lecho del río cuando el agua se ha
retirado: grupos de chicos, inmigrantes vestidos de domingo o una pareja
en bicicleta que por fin se encuentra, cuando el agua ya volvió y
refleja un atardecer tormentoso.
Un día la imaginó. Soñó en
grande. Y lo comentó con sus compañeros del colegio Santa Isabel de San
Isidro, egresados hace 40 años. Los contagió. Pensaron que hacer
realidad ese sueño era tarea de todos e idearon un plan. "Lo resolvimos
en uno o dos asados", dice Carlos Vassallo, uno de los entusiastas. La
génesis de esta idea surgió en una charla con una colega de Cetner, la
artista Alejandra Césaro.
En octubre de 2013, decidieron que cada
uno iba a aportar una cuota mensual y juntos administrarían el
presupuesto: taller, óleos, telas, dieta del pintor y publicidad, entre
otros detalles. Así, cada amigo sería el dueño de una pintura y entre
los diez armarían un mural descomunal. Uno para todos y todos para uno.
Alquilaron un doble piso en un PH de Coghlan, que era un depósito tapado
de chatarras. Lo despejaron, refaccionaron, colgaron obras anteriores
de Cetner y se fueron al Mercado de Pulgas a buscar lo fundamental: una
larga mesa de madera donde entraran cómodas las diez sillas, porque
mudaron el centro de reuniones de la casa del soltero al taller.
"¡Recibir
diez telas todas juntas de esa dimensión para mí fue como si me
regalaran un yate!", cuenta Cetner. Vibra con el olor de la tela.
Muestra sus pinturas sin dejar de acariciar el lino de grano grueso.
Pinta a la antigua: reivindica la luz, ama los pinceles, defiende el
óleo y busca emocionar.
Los amigos fueron testigos del proceso de
la obra. "Cuando ves la génesis y el desarrollo de una obra, llegás a
comprenderla. Y a quererla", explica Cetner. "Para nosotros es una
oportunidad de trascender. Una locura épica que nos abre la
sensibilidad", señala Eduardo Choucinio.
Desde el secundario sabían que Cetner sería pintor y de alguna manera
apañaron al chico contemplativo que no jugaba al fútbol. "Siempre
supimos que su meta era ésta." reconoce Raúl Diez. A los 16 años vendió
sus primeros cuadros al Hotel Provincial de Mar del Plata a través de un
galerista. "Nos dijimos: nos tiene que ir bien en la vida para pasarla
bien, para nuestros hijos... y para Eduardo", dice Enrique Fargas. Son
puntuales asistentes a todas las inauguraciones de sus muestras. "Creo
que en toda la vida habré faltado a una. Y son las del único artista a
las que voy", reconoce Vassallo. En el grupo hay ingenieros,
arquitectos, contadores, agentes inmobiliarios y ningún especialista en
arte.
La galerista Mariana Povarché, de Rubbers, había presentado
cinco proyectos al Duhau, pero enseguida se enamoraron del de Cetner.
Tanto, que la muestra Entre el río y el cielo, un sueño americano -tal
será el nombre- durará hasta fines de febrero. "No siempre los
galeristas podemos sostener económicamente los proyectos de los
artistas, sobre todo las galerías como la nuestra, que representa muchos
artistas con proyectos únicos e interesantes", explica. "La obra de
Cetner, siempre en óleo, nos lleva a un escenario bucólico: escenas de
cine puestas en pausa."
"A mí me gusta el cuadro en que se
diferencian bien el cielo y la tierra, que se entiende", dice Alfredo
Negri, con evidente criterio ingenieril. "A mí me fascina el naranja",
dice Diez. No sólo están orgullosos de sus cuadros. Se han vuelto
embajadores de Cetner y quieren que la obra se exponga en todo el país.
Cetner piensa que La Gran Bajante es una síntesis, su obra
cumbre. "Nosotros pensamos que la mejor es la próxima, y también lo
vamos a apoyar", dice Fargas. La pintura y la amistad son pasiones que
una vez que se conocen, ya no se pueden dejar.
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