En el fárrago de las informaciones periodísticas de los últimos días, una noticia llamaba la atención. Invitaba a recuperar la memoria sobre las hazañas de cientos de argentinos que partieron por propia decisión, después de 1940, para participar de la Segunda Guerra Mundial. Sobrecoge el espíritu que un número tan alto de muchachos, muchos de los cuales morirían en escenarios bélicos, hubiera ofrendado la vida en testimonio de lealtad a Gran Bretaña, la tierra de padres y abuelos.
Dos investigadores argentinos, Oscar Rimondi y Claudio Meunier, han reconstruido en su libro Alas de trueno las experiencias de los argentinos que participaron del Escuadrón 164 de la Royal Air Force en misiones sobre Europa. En menos de un año de adiestramiento, esos jóvenes idealistas se sumaron con espontaneidad a las fuerzas que luchaban contra el totalitarismo nazi. Habían abandonado empleos en Buenos Aires, en Bahía Blanca, en campos de la Argentina profunda, para empeñarse en la sacrificada aventura de arriesgarse por la patria de los mayores. Lo hacían también en nombre del compromiso con el espíritu libertario y aguerrido que habían aprendido de la familia y escuelas de la comunidad británica en el país.
En varios colegios, como el San Jorge y el San Andrés, en hospitales como el Británico y el Francés, y otras instituciones y clubes de la comunidad se mantiene vivo el recuerdo de quienes alguna vez fueron parte activa de esos ámbitos y ofrendaron su vida por el ideal reflejado en una bandera y en los más altos valores que ella representa.
Hay quienes afirman que fueron 3000 o 4000 la totalidad de los argentinos que se alistaron en los ejércitos que combatieron contra Hitler. En Alas de trueno, se reconstruye una nómina de más 500 jóvenes que integraron esa pléyade de héroes, muchas veces anónimos, que aportó la Argentina a la causa aliada en circunstancias en que la neutralidad era la constante de la política exterior del país. No menos de 130 murieron. Otros fueron condecorados por el Reino Unido, Francia, Bélgica, Holanda, Canadá.
Algunas son historias conocidas. La de los cuatro hermanos Watt, de Córdoba, de los cuales sólo dos volvieron; la de Federico Bradbury, que cayó tripulando un bombardero Stirling, en 1944; la de Reynaldo Diantre, que sería más tarde piloto del avión presidencial en tiempos del presidente Frondizi. History Channel también se ocupó, días atrás, en su documental Escuadrones de honor, del comportamiento heroico de latinoamericanos -argentinos, brasileños, mexicanos- en la segunda conflagración mundial que azotó al siglo XX.
Compartimos lo que decía una lectora del diario, en Cartas de lectores, que después de setenta años "este glorioso capítulo todavía nos emociona a los que no tenemos ni una gota de sangre inglesa". Se comprende que así sea. Ante la banalidad y corrupción que a menudo bastardea la vida pública, suscita admiración y hasta incredulidad la valentía y desinterés de tantos argentinos que se entregaron, sin mezquinar nada, a una causa que entendieron superior, por haber sido la de los antepasados, a quienes quisieron honrar.
Recuerdos como éstos enaltecen la condición humana y renuevan respetuosamente entre nosotros la memoria de los argentinos que murieron, hace menos de treinta años, en la desolada tierra malvinense y las aguas que la rodean..
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