lunes, 27 de abril de 2015

Todos con el Quijote

Viva en La Mancha, con la verdadera Dulcinea y el Quijote peronista

Se cumplen 400 años de la publicación de la segunda parte del Quijote. Un viaje a la tierra del hidalgo caballero descubre perlas de su historia jamás contada.

Pablo Calvo

Que el cielo nos caiga sobre las molleras si lo que vamos a escuchar no es verdad: en Campo de Criptana, el lugar que inspiró la batalla más famosa de la literatura universal, uno de los molinos de viento que don Quijote tuvo a tiro de su lanza es argentino.
"Pilón" lo bautizaron, fue reconstruido en 1961 por impulso de la Embajada Argentina en España y apuntalado por una colecta que encabezaron dos de las figuras más populares de esos años: el actor español Alberto Closas y el futbolista porteño Alfredo Di Stéfano, La Saeta Rubia, otra flecha contra el viento.
De tales sorprendentes noticias se entera el caminante que hoy busca por estas laderas lo que sólo existe en la imaginación de los buenos hombres: huellas del andar del hidalgo caballero, quien con descomunal valentía y misma dosis de locura se enfrentó a "30 o 40 molinos" a los que creyó titanes hechizados por el mal.
Una placa de piedra, erosionada como una esfinge, dio la pista de esta tan curiosa historia. Dice: "Argentinos y españoles a Don Quijote de La Mancha. 23 de abril de 1961". Y lo demás fue bucear en la memoria de los que viven en Campo de Criptana, un lugar en La Ruta del Quijote que se hace llamar "Tierra de Gigantes", pues aun tiene 10 molinos de pie.
El "Pilón" albergó durante un tiempo un museo del vino, tiene aspas de madera que apuntan al norte y una de ellas está enclenque. Queda en lo alto de una sierra de casas blancas, silencio de siesta y panaderos que van a domicilio, como el que le acaba de dejarle dos hogazas de pan a Carmen, una abuela de 80 años que vive en la calle... Don Quijote.
Desde su ventana se ven las caperuzas de molinos harineros que fueron financiados por Chile y Costa Rica, por Honduras y Perú, países que comparten, modelan y disfrutan de la lengua del Caballero de la Triste Figura.
Este primer tramo del viaje al tiempo y los lugares de la inspiración quijotesca se completa con una aparición, la de Ana Arenas, la chica que tiene encadenada a su muñeca de porcelana la llave de acero que abre la puerta del molino Infante. Desde un cortinado de pelos despeinados, Ana invita: "¿Os gustaría entrar?".
A 400 años de la publicación de la segunda parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, el libro más traducido de la historia después de La Biblia, un equipo de Viva viajó a sitios emblemáticos de la vida y la obra de Miguel de Cervantes Saavedra. Y lo recogido tiene tantos elementos de realidad como de ficción. Kilómetro cero: Madrid. El 17 de marzo pasado, el equipo de forenses que trabajó en la cripta del Convento de las Trinitarias, en el empedrado Barrio de las Letras, anunció al mundo que había identificado los restos de Cervantes. Sin cotejo de ADN, pero en base a estudios históricos, arqueológicos y antropológicos, se determinó que una de las mandíbulas y pequeños fragmentos de huesos pertenecían al escritor.
En un informe 80 páginas, donde se consignó el hallazgo de restos óseos de niños, hay un renglón perdido al que casi nadie prestó atención, pero aquí revive: a metros de Cervantes, además de un trompo, apareció una "pequeña pelota de cuero". El Príncipe de las Letras y el objeto sagrado de los tiempos modernos, juntos en el lugar que pronto se convertirá en altar pagano.
Se puede asomar la nariz por el convento, la puerta está abierta. Una galería oscura, humedad, espacios con cancel, hasta que se llega a una ventana-torno enmarcada en bronce. Un timbrazo. Silencio. Otro. Pasos que se acercan hasta la quietud, apenas mediada por una tabla marrón. Se siente el eco de una respiración. Del otro lado hay una monja de clausura.
-Buenos días, quería hablar con la madre superiora.
-Soy yo, sor María Amada de Jesús, oriunda de Toledo, ¿viene por Cervantes?
Y esa voz sin rostro cobra entusiasmo detrás de la madera. "Hemos tomado el anuncio con mucha alegría. Nosotras ya sabíamos que él estaba aquí, pues lo enterraron a la vista de todos, a su pedido, y nadie lo ha sacado desde entonces. Son pruebas contundentes. No creo que haya una invasión de turistas, pondríamos límites, tendrían que venir con cita previa. Pero si alguien viene a dejarle una flor a Cervantes, el hombre que nos regaló semejante obra, seguro es buena gente y será bienvenido", dice sor María, por los poros de un roble.
Antes de partir hacia el sur, habla uno de los lectores más consecuentes que ha tenido y tendrá El Quijote, don Constantino González Penas, un profesor de Lengua y Literatura que tiene 80 años y 40 de sostener en sus manos la novela extraordinaria: "Vuelvo a leer este libro todos los años, lo abro en cualquier página y lo disfruto como el primer día. Por eso recuerdo cada pasaje y fue por eso, en una carta al diario El País, que aposté una cena, una copa y un puro al que me señalara dónde está la frase ‘Ladran, Sancho, señal que cabalgamos', que claro, no está". Y es verdad que, al leer las 1.203 páginas que suman las dos partes de El Quijote en la edición comentada por el medievalista Martín De Riquer, la frase más citada del libro no aparece, porque jamás existió.
"Los personajes creados por Cervantes son muy singulares, porque El Quijote no es loco loco, sino un loco sabio, que puede divagar, pero al rato, dar los consejos de vida más acertados. Y la idea de que Sancho Panza es tonto queda desvirtuada, porque en la segunda parte exhibe ráfagas de astucia y lucidez sin igual. Cervantes se sale de los estereotipos, rompe los moldes, por eso es un innovador", define González Penas.A su juicio, "una ventaja que veo en las creaciones de Cervantes con respecto a los escritores de su época es que él viajó por toda España como inspector, por la región como soldado y héroe en Lepanto, por Africa hasta su cautiverio en Argel. Tiene una experiencia vital para la escritura".
Y con semejante consejo, salimos hacia la estación de Atocha, que está decorada con el dibujo de un Quijote de cinco metros de alto, dispuestos a partir hacia una nueva aventura. "La Patria de Dulcinea." Hay un pasaje de la segunda parte donde el propio Quijote anticipa la fama eterna que tendrá El Toboso. En el capítulo 32, avisa el caballero que el nombre de la ciudad será ya inseparable del de su legendaria dama, así como a Troya se le asocia Elena, la más hermosa hija de Zeus.
Por las callejuelas de esa patria buscamos lo que Sancho Panza hace cuatro siglos, una mujer llamada Dulcinea. Preguntamos en la taberna, en la panadería, en la iglesia que tiene enjaulada su cruz. Hay una Dulcinea, hija del farmacéutico del pueblo, que vive "allá, si pasa esa arcada por debajo, pero con cuidado, que del otro lado, las certezas están apoyadas sobre las aguas de un pantano", bromea un cocinero, Gabriel, mientras abre una lata de atún y prepara el plato típico del lugar, con elocuencia denominado "Duelos y quebrantos".
Pasada la arcada, todo sigue en su sitio. La farmacia está cerrada, pero por la puerta contigua aparece una sonrisa y con ella la mujer que con belleza generosa la regala:
-¿Sos Dulcinea?
-Ja, ja, pues no, soy Ana, su hermana. Y quiero recordarles que el Quijote se enamoró de Dulcinea, pero Cervantes, de una mujer de carne y hueso que se llamaba Ana Zarco de Morales. Ana, como yo. Así que mi hermana es la ficción, pero la realidad, aquí la tienen -dice la chica, mientras la palma de su mano baja por el ascensor que va desde la frente hasta su regazo. Y entonces agrega:
-Pero yo sé que la buscáis a ella, vive en Londres, ¿queréis su correo?
Ana ofrece una lapicera, dicta, deletrea y sonríe con entereza y simpatía, pese a la desventaja literaria a la que ha sido condenada.
Viaja entonces un mail desde la tierra de Cervantes hacia el reino de Shakespeare, en busca de la mujer que lleva el peso de un nombre símbolo del amor que nos queda lejos. Y Dulcinea del Toboso, 35 años, ingeniera química, viajera intrépida y lectora voraz, contesta:
-Efectivamente, mi nombre no es "cualquier" nombre. Es inusual, poco frecuente, ficticio, no bíblico. Esto genera perplejidad, preguntas, curiosidades y hasta recelos a la hora de que te bauticen, si el señor cura es muchas generaciones anteriores a la tuya: me tuvieron que llamar María además de Dulcinea al bautizarme. Dicen que los nombres definen las personalidades y estoy de acuerdo. Por eso el mío lo llevo con orgullo.
-¿Te ha dado más enamorados?
-Mi nombre y mi origen son un buen ice breaker para romper el hielo cuando se entabla conversación con alguien desconocido. Aunque si el ice breaker se usa mal, puede tener el efecto contrario. Una vez me dijeron en una discoteca: "Ah, te llamas Dulcinea, como en El Cid Campeador". No pude contener la risa y la conversación duró eso, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, como canta Sabina.
-¿Leíste a fondo El Quijote?
-Sí, desde la versión cómic, con la que crecí, hasta la lectura de la primera parte, obligatoria en el instituto secundario. En cuanto a la segunda parte, que ya no fue obligatoria para mi especialidad, me dediqué a los capítulos relacionados a El Toboso, y muy especialmente al 9, cuando Don Quijote y Sancho entran a mi pueblo en busca de Dulcinea. Puedo citar esos pasajes de memoria, aunque no es ningún mérito, ya que los toboseños disfrutamos de este capítulo a diario, por las calles y esquinas de El Toboso, con extractos en letras de metal que demarcan la ruta que siguieron el ingenioso hidalgo y su escudero hacia la casa de Dulcinea.
-¿Cómo imaginás a aquella Dulcinea?
-Para mí no es imaginaria, era la persona que realmente existió, Ana Zarco de Morales, de la cual Cervantes se enamoró, y por la que fue apaleado, debido a su distinta clase social.El inventó el anagrama Dulcinea a partir de la versión en latín de "Dulce Ana". Ana fue una mujer de orígenes cultivados y con claros privilegios, pero era a su vez independiente, de mente abierta, sin tabúes de clases, orígenes o profesiones. Por eso me gustaba.
María Dulcinea Ortiz Merin no conoce la Argentina, pero está entre sus viajes pendientes.
-Buenos Aires es el Madrid del hemisferio sur y sé que algún día iré, que nada es imposible, como nos ha enseñado el caballero andante. En el museo de mi pueblo hay mucho de Argentina, ¿lo conocéis?
Y allá vamos intrigados, rumbo a nuevas aventuras, "que se contarán en el capítulo siguiente", como acostumbraba Cervantes a anunciar los suyos por venir. Un Quijote peronista. El Museo Cervantino de El Toboso está en refacciones. Quieren dejarlo a punto para el festejo de los 400 años y dar con sus tesoros, entre escaleras y vitrinas polvorientas, es una misión difícil. Por suerte, detrás de un vitraux de Sancho Panza, asoma la bibliotecaria, María Antonia Martínez, dispuesta a ayudar:
-Aquí reciben ejemplares del Quijote de todas partes, firmados por líderes mundiales y personajes controvertidos, pero queríamos saber si tienen ediciones provenientes de la Argentina.
-Pero claro que sí, más de una, menos de diez, si me esperan un momento se las traigo.
Y al rato vuelve María con Quijotes que, sujetados con sus manos a la altura del ombligo, le tapan la cara. El más llamativo es uno de tapas color rosa viejo, con 472 dibujos de Gustavo Doré y "un gran mapa de la ruta seguida por Don Quijote", editado en 1947 en 927 páginas. Debajo de un dibujo de Rocinante y su amo se lee: "A la Junta Cervantina de El Toboso, con gran afecto, Juan Domingo Perón, 11 de octubre de 1948".
Perón ejercía entonces su primera presidencia, en la que apuntaló derechos sociales. Es probable que haya prestado atención a los enfáticos reclamos salariales que Sancho Panza le hizo a Don Quijote, quien lo calmó con la promesa de darle tres caballos, un título de conde y el gobierno de una ínsula.
Otra edición de la novela, de 1957, está ilustrada por Salvador Dalí y firmada por Carlos Menem, sólo el autógrafo sin dedicatoria, como dejado en el desdén rutinario de un acto de protocolo. Hay una versión más moderna, ilustrada por el dibujante Rep, enviada en 2013 por el embajador argentino en España, Carlos Bettini. Y un Quijote donde se luce el pintor Carlos Alonso, exiliado en España durante la dictadura.Se ve también un ejemplar de Buenos Aires Turística y una dedicatoria desde Ushuaia, la ciudad del fin del mundo.
-Ahora estamos armando un Quijote Políglota, que se escriba en 74 idiomas (o jergas arraigadas en distintas culturas), uno por cada capítulo de la segunda parte. Nos encantaría incluir uno en lunfardo, ¿nos ayudarían a contactar a la Academia Porteña?- pregunta la bibliotecaria.
Y la gestión fue veloz: Sancho y su caballero andante hablarán como en los arrabales de Pompeya y Boedo en el capítulo final, cuando el querido y espigado protagonista muere.
Antes de terminar la recorrida y partir hacia nuevos horizontes, le pasan la franela a una vitrina que tiene un Quijote firmado por Rafael Nadal, otro por Benito Mussolini, uno mejor firmado por Nelson Mandela, otro rubricado por Francisco Franco y uno escrito por el puño de Margaret Thatcher. Una dedicatoria de Fidel Castro saluda: "A la prestigiosa biblioteca cervantina del Toboso, fraternalmente, Fidel".
Kadafi mandó el Libro Verde de su revolución y Hitler, un ejemplar firmado de El cantar de los nibelungos, dos presencias polémicas, ajenas al espíritu cervantino.
-Trata de levantar éste -propone Adrián, y se hace vencedor del desafío, porque señala al Quijote más grande del mundo, hecho en el ayuntamiento barcelonés de Piera , que pesa 130 kilos y mide 2,5 metros, más que el basquetbolista más alto de todos los tiempos.
Adiós El Toboso y tus calles que se llaman como los protagonistas de la novela, "Sancho", "Aldonza Lorenzo", "Rocinante", "Bachiller Sansón Carrasco". Enviaremos palabras de compadritos y aguardaremos en Buenos Aires la llegada de Dulcinea, pero de aquí ya no queda más por contar. Ultimo destino, la eternidad. Cervantes sabía que su libro iba a ser un éxito. "Treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia", consignó en el capítulo 16 de la segunda parte. Lo que no presintió con tanta nitidez es que su personaje se convertiría, cuatro siglos después, en sinónimo de utopía. Decir "Quijote" es elogiar a una persona por creer en lo imposible.
El 1° de abril de 1965, antes de partir hacia la muerte en Bolivia, el Che Guevara escribió una carta de despedida a sus padres. Podía haber elegido un tono ideológico, un código para burlar espías, pero prefirió una metáfora de inspiración cervantina: "Queridos viejos: Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante...", el caballo del Quijote. Más acá, el 19 de junio de 2014, Felipe VI lo mencionó en su discurso de proclamación ante los españoles: "Decía Cervantes en boca de Don Quijote: ‘No es un hombre más que otro, si no hace más que otro". En el Palacio Real de Madrid, ese párrafo se luce en una vitrina, junto a una lapicera de plata y a metros de la abdicación de Juan Carlos I, firmada con lapicera de oro.
Son nuevos tiempos, Sancho. Hay un rey que premia a Mafalda, un papa que es profesor de literatura, una novela de Carlitos Chaplin. Me imaginan hoy con la voz de José Sacristán, el rostro de Salvador Dalí, el buen decir de Joan Manuel Serrat. Es tiempo entonces de encarar una última aventura, entrañable escudero: soñar con que alguien más nos lea, para volver a resucitar.

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