viernes, 16 de marzo de 2012

Biblioteca inteligente

Una biblioteca a todo trapo

La Biblioteca del Congreso Nacional tiene nueva sede, un edificio inteligente que reúne pinturas, fotos, cine, archivos históricos y hasta salas especiales para talleres de tango, folklore, literatura, historia y un moderno y amplio microcine.

Pinturas, fotografías, instalaciones artísticas, cine, archivos históricos, talleres o un buen espacio para leer. El nuevo edificio de la Biblioteca del Congreso Nacional, inaugurado ayer, ofrece todas esas opciones para disfrutar de la cultura al resguardo de uno de los espacios más importantes de la historia argentina. El primer ciclo estrenado pone el foco en el cine y la mujer, con motivo de la conmemoración internacional del 8 de marzo y es de acceso libre y gratuito, como el resto de las propuestas.


Más que biblioteca se transforma en un centro de cultura.

Desde la vereda, en Alsina 1835, las puertas vidriadas dejan entrever los primeros cuadros. Reposan obedientes en la planta baja, antesala del Centro Cultural de la biblioteca. Son siete muestras de arte dispuestas por las paredes y entre pasillos concebidos con (no tan) caprichoso diseño: formas geométricas, bibliotecas giratorias, retratos al óleo y escenas de otro siglo son algunos de los motivos.

Más allá, atravesando la galería, se arriba a un “bar temático”, según lo denominan los empleados del lugar. Se trata de un espacio de encuentro, sin fines comerciales, en el que se puede tomar un descanso luego de visitar la exposición o leer los diarios que están a disposición para quien lo requiera.

La joya del edificio, sin embargo, está en el subsuelo, tras la placa que reza Auditorio Leonardo Favio. El microcine posee capacidad para unas 130 butacas, sonido Dolby digital y un sistema de tecnología 3D. “Empezamos a trabajar con cine y en el futuro nuestra idea es ir adaptando la sala para la creación de un espacio escénico que nos permita incluir danza, teatro, conciertos”, explica Andrea Lataillade, coordinadora de la programación del auditorio. Agrega que, además, el “Leonardo Favio” podrá ser utilizado como sala de conferencias o para presentaciones de libros.

Las luces del auditorio se apagan y Felicitas (Guerrero), el personaje que da nombre a la película de Teresa Costantini, juega con una margarita. Se trata de uno de los films incluidos en la programación para el mes de marzo, que se compone de dos funciones semanales: los martes a las 18.30, con obras de grandes directores, clásicos del cine, y los jueves en el mismo horario, un ciclo dedicado a la mujer, en el marco de la conmemoración del 8 de Marzo –que recuerda la masacre de decenas de obreras en una fábrica de Nueva York por reclamar por sus derechos–. Estas últimas funciones, las enfocadas en las problemáticas del género, son acompañadas por un debate con sus directores.

“Nuestra idea es lograr un producto de alta calidad abierto a toda la sociedad, y también abrir un espacio al arte joven, que muchas veces no encuentra espacios para mostrar su obra. Esto es un espacio de encuentro entre el artista, la obra y la comunidad”, reflexiona Lataillade.

En ese sentido, el primer piso del centro cultural que forma parte del nuevo edificio aloja un complejo de aulas que permitirán el desarrollo de diecisiete talleres, que incluyen clases de tango, folklore, literatura, historia y cine. Según las autoridades de la Biblioteca del Congreso Nacional, ya se anotaron más de mil personas en los últimos días y se espera que se sumen nuevos interesados.

En la misma planta, fue instalado un centro tecnológico de preservación de documentos que datan del siglo XIX en formatos digitales. El subdirector de Digitalización y Medios Reprográficos de la biblioteca abre la puerta al fascinante laboratorio donde los documentos históricos cambian del soporte de papel al digital o filmográfico. “Nosotros nos encargamos de que esto no sea una guardería de papel, sino una biblioteca preservada del paso del tiempo y disponible para la investigación”, afirma.

En la primera habitación, dos técnicos fotografían con una cámara digital de alta gama una serie de documentos, unas 25 mil imágenes en riesgo. Abriendo la puerta siguiente, Carlos Llamas, guantes de látex mediante, alza un viejo texto. Trabaja en la microfilmación de una ley secreta de 1877, ya desclasificada por el paso del tiempo.

“Muchas veces son los textos de la compra de armas o el ascenso de algún oficial”, cuenta el joven mientras posa los destilados papeles bajo el espectro de la filmadora. Las microfilmaciones que haga serán llevadas al archivo, una habitación helada, que tiene menos de veinte metros cuadrados y unos cuatro millones de documentos, entre ellos la colección completa epistolar de Justo José de Urquiza.

El nuevo edificio se emplaza donde antes se encontraba la Sala Pública de Lectura, que fue trasladada a una nueva dirección, y fue diseñado con asesoramiento de especialistas de Naciones Unidas que, entre otras cosas, lograron que la instalación de cuatro pisos y dos subsuelos aproveche la iluminación natural para el ahorro de energía.

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