lunes, 25 de mayo de 2015

Historias de vida

Marcelo Álvarez, prodigio de la lírica mundial


Cezaro de Luca

Marina Artusa
Habían pasado seis meses y venía lento. Llegaba a la clase de canto agotado, con la cara cubierta de polvo de aserrín, de ayudar a los peones de la fábrica familiar de muebles de algarrobo que había heredado. “Deberías dejar la fábrica. Así no vas a avanzar más”, le dijo su profesora. Ese día de 1992 Marcelo Alvarez, por entonces 30 años, cordobés, casado con Patricia y asiduo derrochador de una voz increíble que malgastaba de madrugada en cantobares imitando a los Bee Gees y a Demis Roussos, volvió a casa como si hubiera recibido un mandato divino. Lo confirmaría el tenor italiano Giuseppe Di Stefano cuando, de paso por Buenos Aires, lo escuchó cantar: “Vendé todo y venite. Te espero en Europa”, le dijo.
Alvarez es hoy uno de los tenores más requeridos de la lírica mundial. Acaba de volver de Nueva York, donde representó Cavalleria Rusticana e I Pagliacci al mismo tiempo en la Metropolitan Opera House y mañana parte para París, donde lo espera Adriana Lecouvrer en la Opera National. “Voy a hacer Otello en 2018 y acepté propuestas para 2020. A veces digo que sí y luego me pregunto: ¿Lo podré cantar dentro de cinco años? Pero alcancé una madurez que me permite jugarme por roles que nunca interpreté. Como cuando vendí hasta los muebles y me vine a Italia”, dice Alvarez en su piso de Tortona, una tranquila ciudad del Piamonte con la modesta reputación de ser cuna de Don Orione, enterrado aquí.
El cordobés sabía en los ‘90 que se le había pasado el cuarto de hora para iniciarse en la lírica de la que no se sabía ni el Nessun dorma para entonar bajo la ducha, por más que entre los 5 y los 17 había sido alumno de la escuela de niños cantores de Córdoba y se había recibido de profesor de música.
Durante dos años, viajó una vez por semana a Buenos Aires para seguir estudiando canto lírico: “Tomaba el micro General Urquiza, viajaba toda la noche, llegaba a Buenos Aires, me duchaba en la casa de mi hermano y me iba a la clase. A la noche, me tomaba el micro de vuelta y viajaba otras doce horas de regreso a mi casa”, cuenta.
En 1994, Luciano Pavarotti estuvo en Buenos Aires. Y Marcelo Alvarez consiguió un lugar en la lista de audiciones: “Pavarotti hacía la semifinal sudamericana para su concurso. Eramos 60 candidatos de los que quedaban sólo tres. Yo, Alvarez, era el primero de la lista. ‘¿Qué va a cantar?’, me preguntó Pavarotti. ‘A te, o cara, de I Puritani’, le dije. El fue famoso por cantar esa aria. ‘¡Qué coraje, cantarme eso justo a mí!’, me dijo. Se la canté y quedó fascinado. ‘Welcome, Marcelo’, me dijo. Me dio ya un lugar sin esperar a que cantaran los otros 59”.
Aquel 1994 debutó en Córdoba, un año después en Europa y en el ‘98 ya había pisado los escenarios de los teatros más grandes del mundo. “La mía fue una de las carreras más rápidas que existió; lo dijo Pavarotti. El empezó a estudiar a los 20 años y recién a los 28 debutó. Si yo hubiera empezado a los 24, tal vez en dos años me hubiera creído Gardel y no hubiera seguido estudiando –admite-. Al empezar grande, nunca me creí nada. Estudié en Córdoba. Todo lo que sé hoy es argentino. Mi país me dio la preparación y tengo que mantener el nivel que alcancé. Estudio más que antes.”
Hoy añora regresar al Teatro Colón, escenario sobre el que no canta desde 1997. Lo admite con pena. Hace unos días, la publicación de unas declaraciones suyas lo enojaron –“El Colón no tiene proyección internacional y no puede tenerla porque no le interesa”, dijo-: “Habíamos hablado para que yo cantara en la reapertura del Colón, en 2010. A último momento se pinchó. Mi dolor fue que se estaba reabriendo el Colón con La Bohème y ese mismo día yo estaba cantando Bohème en Turín. ¿Por qué no estoy cantando en mi país?, me preguntaba. A eso me refería cuando dije que el Colón pareciera no querer tener imagen internacional –dice hoy-. Quiero volver a mi país. Hay un proyecto para hacer una ópera y un concierto pronto. Además, teatros como el Colón no hay. El escenario del Colón tiene las mismas dimensiones que el del Metropolitan de Nueva York y la Scala de Milán. Cuando los grandes cantantes hacían las giras tenían que pasar por el Colón. Por eso Carusso, Beniamino Gigli pasaron por allí”.
Marcelo Alvarez se inició en el bel canto –estilo que destaca el lucimiento vocal y no tanto la fuerza dramática de la historia- pero, desde hace unos años, dice sentirse más cómodo en el verismo, donde no se busca la acrobacia vocal sino que el argumento es lo que importa. “¿Sabés por qué? Porque soy argentino. Tengo la pasión en mi forma de ser. Yo empecé con bel canto ligero y he venido viendo si mi garganta podía dar esa evolución”. Sobre el vidrio esmerilado de la puerta corrediza que separa la cocina del hall de su piso, Marcelo Alvarez se hizo estampar el aria de Rigoletto. “Yo era famoso con Rigoletto y con La Traviata; ganaba los mejores cachet del mundo. Pero si seguía en ese repertorio, perdía mi voz porque hacía más fuerza de la que tenía que hacer. La equivocación de tantos maestros es decir: ‘Vos no podés cambiar repertorio’. Fui criticado cuando pasé del bel canto al verismo. Yo me juego. Como cuando hice las valijas y me vine”.

http://www.clarin.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario