A 110 años del nacimiento del poeta chileno, el libro cuenta con la reproducción facsimilar de cinco de los veintiún poemas encontrados en el archivo del Premio Nobel 1971 que incluye esta edición.
Por Silvina Friera
Los poemas
ignorados –esa especie de depósito de materiales descartables
escamoteados al escrutinio de los lectores– muy pronto se incrustarán en
la memoria como un hachazo. “Tus pies toco en la sombra, tus manos en
la luz,/ y en el vuelo me guían tus ojos aguilares/ Matilde, con los
besos que aprendí de tu boca”, se lee en Tus pies toco en la sombra y
otros poemas inéditos (Seix Barral), el anunciado y esperado libro
inédito de Pablo Neruda, que cuenta con introducción y notas de Darío
Oses, director de Bibliotecas y Archivos de la Fundación Pablo Neruda,
prólogo del editor y poeta Pere Gimferrer y la reproducción facsimilar
de cinco de los veintiún poemas encontrados en el archivo del Premio
Nobel 1971 –alrededor de 4500 documentos entre cartas, discursos y
poemas– que incluye esta edición. A 110 años del nacimiento del poeta
chileno que más ejemplares vende en el mundo, la cantera nerudiana
dispensa pequeñas maravillas en las formas y en el despliegue temático.
“Al chileno/ le ponen/ cerca/ un barco/ y salta,/ se destierra,/ se
pierde”, empieza el poema número once, hallado en una caja que contiene
manuscritos de odas a la primavera, a Walt Whitman, a Louis Aragon, que
luego fueron incluidas en diversos libros: Odas elementales, Nuevas Odas
elementales y Navegaciones y regresos.
El poema once, que podría ser una oda al viajero chileno, concluía
con seis versos que en el original fueron tachados por el propio poeta:
“Chileno, no te vayas,/ no te vayas, chileno./ Esta tierra/ delgada/ nos
tocó en la baraja turbulenta/ del siglo XV y de la geografía”. En la
nota a este poema, Oses recuerda un fragmento del discurso de Neruda
cuando donó su colección de libros y caracolas a la Universidad de
Chile, el 20 de junio de 1954. “El poeta no es una piedra perdida. Tiene
dos obligaciones sagradas: partir y regresar (...) Sobre todo en estas
patrias solitarias, aisladas entre las arrugas del planeta, testigos
integrales de los primeros signos de nuestros pueblos, todos, todos,
desde los más humildes hasta los más orgullosos, tenemos la fortuna de
ir creando nuestra patria, de ser todos un poco padres de ella”. En la
introducción de Tus pies toco en la sombra, el director de Biblioteca y
Archivos de la Fundación Pablo Neruda, cuenta que los veintiún poemas
inéditos escaparon a las revisiones de Matilde Urrutia, la viuda del
poeta, que fue la primera en ordenar la colección de originales
manuscritos y mecanografiados, y la primera que emprendió la búsqueda de
textos de Neruda inéditos o publicados en periódicos difíciles de
encontrar. En junio de 2011, La Fundación inició la tarea de elaborar un
catálogo lo más completo posible. A medida que revisaban papel tras
papel aparecieron las sorpresas. Trabajar con los originales fue entrar
en contacto con “el pulso del poeta”, que en ocasiones escribía en los
menúes y programas musicales de los barcos en que viajaba, y sus versos
transcurrían entre las opciones de las entradas, platos principales,
postres y vinos que desplegaba cada carta. “Al examinar sus manuscritos
–revela Oses–, teníamos la sensación de que sobre el papel se deslizaban
olas de versos que al retirarse se llevaban las palabras descartadas y
corregidas y que luego iban dejando la versión más acabada del poema.”
Los poemas inéditos pertenecen a un largo período que abarca desde
principios de los años ‘50 hasta poco antes de la muerte del poeta, en
1973. Oses cree que estos poemas que se publican por primera vez,
“obedeciendo tal vez a una instrucción oculta que les dejó el poeta,
fueron saliendo poco a poco, para reunirse todos e ir a encontrarse con
la muchedumbre de lectores que Neruda tiene en todo el mundo”.
De los seis poemas de amor, el número cuatro es el más extenso:
“Sesenta y cuatro años arrastra este siglo y sesenta/ en este año
llevaban los míos, ahora/ ¿de quién son los ojos que miran los números
muertos?”. El poema fue escrito en 1964, el mismo año en que aparece
Memorial de Isla Negra, la gran recapitulación poética autobiográfica de
Neruda al cumplir sesenta años. “Por el cielo me acerco/ al rayo rojo
de tu cabellera./ De tierra y trigo soy y al acercarme/ tu fuego se
prepara/ dentro de mí y enciende/ las piedras y la harina”, se lee en el
poema número cinco. El original manuscrito de este poema se encuentra
en una de las páginas de un menú impreso en una cuartilla, propiedad de
Jorge Selume Zaror. Tiene una anotación, al parecer de Matilde, que
dice: “Día 29-Diciembre de 1952-11 de la mañana-volando a 3500 metros
-de altura entre- Recife y Río de Janeiro”. Es posible que Neruda lo
escribiera cuando volaba de regreso de Europa para reunirse con Matilde
en Atlántida, Uruguay, para pasar juntos la fiesta de Año Nuevo.
La variedad temática es elástica. El 4 y 5 de abril de 1967 en el
reverso de dos programas musicales del trasatlántico Augustus, de
Italian Line, escribe: “De tanto vivir y morir/ las personas bien
educadas/ de tanto decir buenos días,/ decir adiós con parsimonia/ no se
despidieron a tiempo...”. En este poema, el número catorce en el libro
de inéditos, la protagonista es la muerte de los que “murieron antes de
morir”. La oreja tiene quien le escriba: “Maravillosa oreja,/ doble/
mariposa/ escucha/ tu alabanza,/ yo no hablo/ de la pequeña oreja/ mas
amada/ hecha tal vez de nácar/ amasado/ con harina de rosa/ no,/ yo
quiero/ celebrar una oreja”. En el poema siete, un poeta maduro
interpela al joven poeta que fue, y le da algunos consejos acerca de su
oficio. Neruda le dice al joven que no presuma “de pluma,/ de
argonauta,/ de cisne,/ de trapecista entre las frases altas/ y el
redondo vacío”. Y le recomienda que se ensucie las manos, que trabaje
con la materia y los elementos, con el carbón y el fuego. En el poema
número doce, el poeta alude al Santiago que conoció al llegar en 1921, a
los 17 años, y a los trastornos políticos y sociales de principios de
los años veinte: “Rodé bajo los cascos, los caballos/ pasaron sobre mí
como ciclones,/ el tiempo aquel tenía sus banderas,/ y sobre la pasión
estudiantil llegaba sobre Chile/ arena y sangre de las salitreras,/
carbón de minas duras/ cobre con sangre nuestra/ arrancado a la nieve”.
En enero de 1973 intuía que la muerte se aproximaba. El cáncer lo
asediaba. Entonces escribió el poema de despedida “Del incomunicado” –el
número 19 en el libro–, el único poema de Neruda en el que el teléfono
es el tema central: “Vivo temblando de que no me llamen/ o de que me
llamen los idiotas,/ mi ansiedad resistió medicamentos,/ doctores,
sacerdotes, estadistas,/(...) el desprecio que me consagrarán/ cuando yo
ya no sirva para nada/ es decir para que hablen/ a través de mi cuerpo
las avispas”.
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