miércoles, 30 de diciembre de 2015

Cartoneo

De la lucha a la profesionalización

El antropólogo Sebastián Carenzo trabaja junto a una cooperativa de recicladores en la generación de innovaciones tecnológicas para reutilizar residuos. Además, estudia los imaginarios vinculados al “cartonero”: figura que aún lucha por el reconocimiento social.

Sebastián Carenzo es doctor en Antropología, investigador adjunto del Conicet y trabaja en la UNQ.
Imagen: Rafael Yohai
 
Por Pablo Esteban
 
En Argentina, la crisis económica y social de los 90 permitió la emergencia de la figura de los “cartoneros”. Carros, a veces tirados por caballos inconformes y otras tantas por la propia tracción y musculatura humana, comenzaron a desperdigarse y pulular por los principales centros urbanos y su periferia, en busca de residuos que fueran susceptibles de ser reutilizados de alguna manera. Familias enteras, expulsadas del sistema de trabajo formal, se lanzaron en la vía pública con el objetivo de sobrevivir en un escenario que no los reconocía y mucho menos los integraba. Hacia 2002, aproximadamente 40 mil personas “cartoneaban” en la Ciudad de Buenos Aires. En la actualidad, el panorama es diferente. En algunos casos, los recolectores llevan años asociados en cooperativas que les permiten una mayor organización y la construcción de una identidad que los visibiliza como colectivo. Exhiben una división tecnificada del trabajo y diseñan sus propias herramientas que promueven el ejercicio creativo para tratar los desechos, al tiempo que resignifican los imaginarios sociales respecto a sus tareas y modifican su autopercepción e identidad de grupo. Si en una primera etapa buscaban el reconocimiento social de su labor, hoy promueven acciones para que su empleo sea definido como servicio público, tan central como la luz, el gas y el agua.
Sebastián Carenzo es doctor en Antropología (UBA), investigador adjunto del Conicet y trabaja en el Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y Tecnología (Iesct) de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). En 2004 comenzó un proyecto de investigación y transferencia en la cooperativa Reciclando Sueños. Aquí, narra cómo fue su experiencia y comparte los aportes que puede realizar un antropólogo en el campo de la ecología y el medioambiente. Además, describe las transformaciones en las representaciones sociales de las actividades de los cartoneros y sus propuestas tecnológicas-innovativas.
–¿Por qué escogió esa carrera, qué le gusta de ser antropólogo? –Siempre me interesó la antropología porque permite el ingreso del investigador a mundos diferentes a los que pertenece. Entre la licenciatura y el doctorado, realicé varias experiencias de trabajo de campo con poblaciones campesinas e indígenas. Como me gustaban todas las temáticas vinculadas a la geografía y a la ecología, trabajé en equipos de investigación que se preocupaban sobre temáticas como la gestión de áreas de conservación y reservas de biosferas. Luego participé del Grupo de Estudios sobre Ecología Regional (Geser) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA) para diseñar y poner en práctica proyectos ecológicos aplicados a montes nativos de Formosa y Chaco.
–¿Cómo fue su experiencia de trabajo de campo en aquellas provincias? –Viajábamos todos los meses y realizábamos un trabajo de intervención. Durante esta etapa logré cosechar muchas herramientas para planificar estrategias de acción orientadas a resolver problemáticas concretas. Tratábamos de aceitar ese vínculo entre ciencia y vida cotidiana.
–En general, muchos proyectos de investigación-acción se caracterizan por exhibir una bajada técnica muy palpable. ¿Qué cree al respecto? –Estoy de acuerdo. Por ello, en mi tesis de licenciatura procuré que el enfoque fuera distinto. Precisamente, abordé el modo en que las unidades domésticas campesinas participaban y moldeaban los proyectos en función de sus trayectorias de vida. Una nueva consideración que no los ubica como meros receptores de políticas públicas sino que reivindica sus capacidades de cambiar el rumbo de los programas de acuerdo a sus sentidos e imaginarios de grupo.
–¿Cómo llega a la cooperativa de cartoneros Reciclando sueños? –En 2004, mientras realizaba la tesis doctoral sobre un pueblo artesano en Salta, un equipo perteneciente al Centro de Estudios de Investigaciones Laborales –CEIL– (Conicet) me propuso participar de un proyecto de investigaciónacción sobre una cooperativa de cartoneros. De modo que fui hacia La Matanza y recuerdo que me enamoré enseguida de lo que allí observé. En ese primer contacto, palpé un trabajo muy fuerte de construcción de artefactos a partir de materiales recuperados y me atrajo mucho la dinámica con que los recicladores urbanos realizaban sus actividades. Además, necesitaba un trabajo en Buenos Aires después de tanto viaje.
–Desde el trabajo etnográfico que realizan los antropólogos, ¿cuál es la diferencia que supone dirigirse a comunidades del norte del país y trabajar en entornos más conocidos por usted como la cooperativa en Buenos Aires? –El campo de la ecología puede servir para marcar algunas diferencias. Las ideas de naturaleza muy distintas se pueden juzgar a partir del análisis que vincula las dinámicas entre lo humano y lo no humano. El monte, por ejemplo, para algunas comunidades norteñas en las que estuve, no representa un mero conjunto de árboles susceptible de ser explotado, sino que implica una compleja red de intercambio, un espacio de vínculo que puede o no ser aprovechado. Sus prácticas de consumo, también, proponían nuevos horizontes de sentido que me conducían a resignificar una y otra vez las propias formas de desechar materia que yo realizaba como habitante de origen urbano. Todo este proceso de replanteo y reflexividad también se desarrolló cuando comencé a trabajar en la cooperativa, pero de un modo distinto.
–Usted experimentó un proceso de desfamiliarización con sus propias prácticas a partir del contacto y la interacción con diversas alteridades. –Exacto. En la cooperativa toda la dinámica vinculada a los desechos, es decir, definir cuáles eran residuos y cuáles no así como comprender nuevos procesos de reciclaje, pone en tensión nuestras propias representaciones sociales. Trabajé mucho en el primer programa de separación en origen y recolección diferenciada.
–¿A qué se refería ese programa? –Básicamente, buscábamos redefinir los procesos de cooperación entre los vecinos de Aldo Bonzi y la cooperativa. Intentábamos desmontar los prejuicios que circulaban, tanto desde los vecinos hacia los cartoneros, como viceversa. Pude trabajar el miedo que les provocaba a los recolectores ir a tocar los timbres aledaños y preguntar sobre la basura que habían dejado los vecinos el día anterior.
–El trabajo de la cooperativa es reciclar y lograr la utilización de materiales a partir de nuevas tecnologías. ¿Qué lugar ocupa la creatividad? –En principio, los recolectores reciclan materiales y, también, crean artefactos para poder operar sobre los primeros. Aunque de modo superficial a veces no se perciba, se desarrollan cambios que operan en las subjetividades de los cartoneros: no sólo realizan un trabajo mecanizado sino que se animan a transformar la materia a partir de herramientas creadas por ellos mismos. Lo más interesante es dar cuenta del modo en que las nuevas prácticas de las cooperativas aportan soluciones para cuidar el medioambiente y la salud pública, más allá de las estrategias que provienen desde los campos institucionalizados de ciencia y tecnología.
–¿Qué diferencias existen entre “cartonear” en la actualidad respecto de 2002? ¿Cree que se han modificado las percepciones sociales que se tejen respecto al trabajo de los recolectores? –Por supuesto, en la actualidad las cooperativas llevan más de una década de lucha para lograr el reconocimiento de la labor de los cartoneros. Pienso que existe un reconocimiento generalizado de su actividad, hoy en día, definida como un trabajo. Sin embargo, aún no han logrado la valoración que ellos procuran.
–¿De qué modo pretenden que sus tareas sean valoradas? –Quieren que su labor sea considerada como un servicio público, pues, la recolección de residuos es tan importante para la vida social como los servicios de luz, agua y gas. No se reconoce, en definitiva, la contribución que hacen mediante su trabajo a mejorar las condiciones de vida de la población. Si en una primera etapa la lucha era por el reconocimiento, el nuevo clivaje es el de la profesionalización.
–Y usted como cientista social, ¿cómo participó de ese proceso? –Trabajamos en términos de investigaciónacción. Organizamos reuniones con los recolectores con el objetivo de generar espacios que permitan la emergencia de tensiones que caracterizaban al grupo. De modo que examinamos la autopercepción del grupo: desde cómo presentarse y relacionarse con los vecinos hasta la construcción de su propio concepto de Estado. Ello les ayudaba a interpretar desde otro marco sus relaciones con la Secretaría de Ambiente y con el Ministerio de Desarrollo Social. Y, luego, nuestro trabajo científico viró hacia una práctica etnográfica. En esta última etapa, nuestro interés está colocado en potenciar la capacidad innovativa de los recolectores y el modo en que la creatividad atraviesa su trabajo en contacto permanente con el medioambiente.
–¿Cómo cree que es la relación de los argentinos con la basura? ¿Piensa que la consolidación de la figura de los cartoneros en la vía pública sirve para resignificar este vínculo? –Por supuesto. Uno de los mayores aportes que han hecho los cartoneros tiene que ver con un proceso de desfetichización de los residuos. El sistema de gestión de residuos, creado durante la última dictadura, otorgó un rol muy activo a las empresas privadas encargadas de la logística y profundizó ese mecanismo mediante el cual los ciudadanos sacan los residuos por la noche y a la mañana siguiente desaparecen. En contraposición a ello, la presencia de los cartoneros en la agenda pública –sobre todo de 2001 en adelante– nos obligó a pensar que se requiere de una gran cantidad de esfuerzo humano para que la basura desaparezca o se degrade. Esa organización del trabajo evita que los residuos continúen una ruta que engorda el stock de materia enterrada, para promover el desarrollo de un flujo que los transforma en materiales reutilizables. Todo ello fue posible gracias al trabajo de los cartoneros.

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