Narváez gustó y ganó fácil
Verlo en el cuadrilátero a Omar Narváez (40-1-2; 21KO’s) ayuda a
convencer a los reacios de que el boxeo es un deporte; ver sus pasos
laterales, esquives, su golpes dibujados en el aire, ayuda a creer que
el boxeo puede ser un deporte para mejorar la condición humana, y que,
después de todo, esto es un arte impiadoso, pero arte al fin. La víctima
esta vez fue el japonés Hiroyuki Hisataka (22-11-1; 10 KO’s), a quien
derrotó por nocaut técnico en el décimo asalto el Gimnasio Municipal N° 1
de su entrañable Trelew, donde no peleaba hacía casi seis años. El
campeón chubutense retuvo por octava vez la corona mundial supermosca de
la OMB.
Por estos pagos sureños, la temperatura llegaba a los cinco
grados bajo cero, y la nieve pintaba de blanco toda la ciudad, pero
dentro del gimnasio que lleva su nombre, el ídolo chubutense calentó las
gargantas de las 5 mil personas que le fueron hacer el aguante. Ganó de
principio a fin. La pelea fue un monólogo. De esas novelas que ya sabe
escribir Narváez. Con destellos de calidad en todos los asaltos. Ni
siquiera perdió una vuelta. El japonés, de 28 años (10 años más joven
que el monarca) ni amagó una reacción. La superioridad del argentino fue
abrumadora. Letal.
A diferencia de su estilo clásico, Narváez
arrancó a fondo, tomando el centro del ring, y dejando de lado, un poco
su boxeo cerebral. Estuvo más sanguíneo. Y ametralló la humanidad del
nipón, más largo, pero con menos técnica. Llamó la atención, sí, la
efectividad de Narváez, que no derrochó ni un golpe. Estuvo iluminado el
zurdo. Y en el sexto asalto, lo desbordó con su 1-2. Parecía bloqueado
anímicamente Hisataka, que trastabilló dos veces. Si no se caía el
retador era sólo por una cosa: Narváez no tiene su golpe de poder por
culpa de las recurrentes lesiones en sus puños.
La segunda mitad de
la pelea fue más de lo mismo, con Narváez lanzando desde todos los
ángulos, trabajando sobre los planos bajos, para quitarle resto al
japonés, que recibía estoicamente el castigo. Pero tras una ráfaga de 10
golpes, el árbitro Julio Alvarado se apiadó y decretó el nocaut
técnico al minuto 26 segundos de la décima vuelta.
Como Narváez
hace fácil lo difícil, el análisis suele ser muy exigente. Se le pide
más. Porque se sabe lo que puede dar. La pelea quizá se hizo aburrida.
Siempre se dice que la real dimensión de un campeón está en la grandeza
de los rivales que enfrentó. Y esta vez, su rival no estuvo a la altura:
tuvo una defensa demasiado permeable.
Después de una batalla
durísima ante el mexicano Felipe Orucuta, a Narváez decidieron darle un
respiro y ponerle un rival menos peligroso. Un retador para alimentar el
récord, la confianza y la alcancía. Porque después de todo, esto es
boxeo profesional, está claro.
Hisataka no aprobó todas las materias
en varios aspectos. Dio ventajas en la preparación física (no trabajó
bien las combinaciones). Y no entregó una imagen de entereza. Se supo
que no quiso entrenarse algunos días porque estaba “cansado”: su entorno
reveló que no se adaptó al huso horario de estas latitudes. Muy poco
serio.
Ahora, el objetivo de Narváez es seguir haciendo historia.
Fiel a su estilo de batir récords, quiere ser el primer argentino en
consagrarse campeón en 3 divisiones distintas. Según reveló, volvería a
subir a gallo (tras su intento frustrado ante Nonito Donaire) para
desafiar al panameño Anselmo Moreno.
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