Se trata de El Shincal, el asentamiento inca más austral que se conozca. Los ministerios de Ciencia y Turismo y la gobernación firman hoy un acuerdo para promover el lugar como destino turístico. Habrá una proyección en Bellas Artes.
Por Eduardo Videla
En la
provincia de Catamarca sobreviven vestigios de una ciudadela inca, la
más austral que se conoce hasta hoy del imperio originario que reinó
sobre el territorio andino. Se trata de El Shincal, un espacio que hoy
llega a Buenos Aires, de manera virtual, en una proyección audiovisual
en el Museo Nacional de Bellas Artes. El emprendimiento es impulsado por
los ministerios de Turismo y de Ciencia y Tecnología y el gobierno de
esa provincia, a manera de lanzamiento de la puesta en valor de ese
sitio arqueológico con la idea de promoverlo como destino turístico. “El
objetivo es generar, a partir de la arqueología, un proyecto de interés
social que brinde posibilidades de trabajo para los habitantes de la
zona”, definió Lino Barañao, ministro de Ciencia, a Página/12.
El Shincal está ubicado al sur de Catamarca, en el Departamento de
Belén, a seis kilómetros de una ciudad llamada Londres. Fue construido
por los incas en el extremo meridional del valle de Hualfin, a 1300
metros sobre el nivel del mar, entre los ríos Quimivil y Hondo.El sitio que eligieron los incas es un lugar privilegiado, un valle entre cerros y dos ríos.
Según los expertos, ese espacio representa uno de los sitios provinciales incas más importantes de todo el Tawantinsuyu. Su construcción data de la segunda mitad del siglo XV –antes de la llegada de los españoles–, planificado como centro político, administrativo y militar y también como espacio ceremonial. Tanto por su ubicación estratégica como por su arquitectura, ha sido calificado como un “nuevo Cuzco”, una suerte de capital meridional del imperio. Luego los incas –que en realidad eran una fuerza de ocupación– abandonaron el lugar, que quedó habitado por los pueblos diaguitas, originarios del lugar.
“Fue descubierto en el siglo pasado, pero recién en la década del ’70 comenzó a ser estudiado por arqueólogos de la Universidad de La Plata –explica Barañao–. Hoy estamos trabajando con investigadores del Conicet para reconstruir las edificaciones.”
Hasta ahora es un sitio casi inexistente y desconocido para el turismo. Llegan unos pocos visitantes que se enteran de su existencia después de ir a Machu Picchu. Muchos de ellos se interesan por ver el lugar aún virgen, sin trabajos de restauración ni infraestructura.
“Hay algo indescifrable en ese lugar”, describe Barañao, que estuvo en el lugar y quedó tan impactado como en la ciudadela de Perú. El valle está rodeado de cerros y llama la atención por el verde intenso en medio de un paisaje árido. En el lugar se detectaron restos de templos, barracas donde se almacenaban cultivos y tributos y obras de canalización de vertientes. Hay también una plaza ceremonial, eje que ordena un gran espacio público para reuniones y asambleas, y 70 recintos. En algunos de esos edificios vivían los jefes o kurakas locales.
En el lugar abundan los algarrobos, chañares, mistoles y talas, además de arbustos como el shinki, del que deriva el nombre del lugar, y plantas medicinales, utilizadas ahora casi tanto como en el pasado. Habitan allí zorros grises, hurones, cuises y guanacos, aunque no tanto como en tiempos precolombinos. De ese valle, hacia el norte, todavía pueden verse vestigios del Camino del Inca.
Tras la firma del acuerdo entre la provincia y los ministerios de Ciencia y Turismo, se cercará el lugar y se pondrá custodia, para preservarlo. La proyección con imágenes y sonido del lugar se presenta para la prensa y autoridades hoy, a las 20, en el Museo Nacional de Bellas Artes, pero habrá una proyección para el público en el exterior del edificio.
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