Por primera vez, las transexuales fueron a votar sin padecer el escarnio de miradas inquisidoras al verlas entrar al cuarto oscuro de las mesas masculinas.
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Primero eran hombres, blancos, burgueses, quienes estaban habilitados para votar, dice Paula Viturro, especialista en género, profesora de la Universidad de Buenos Aires, intentando reconstruir una trayectoria de las habilitaciones del voto. En el país fueron los hombres enrolados militarmente a quienes el Estado construyó al comienzo como votantes. El primer padrón masculino era un empadronamiento militar, dice en este caso Dora Barrancos, de la Facultad de Filosofía y Letras. “Los padrones tenían número de clase y el número de clase significaba la capacidad de movilización que tenía el Estado entre hombres que estaban definidos como activos o reservistas.” Esa construcción simultánea de ciudadanos y de movilizados para un eventual frente de guerra fue el modo en el que fue pensado el padrón de varones. En 1947, con la incorporación de las mujeres aparecen discusiones sobre la posibilidad de eliminar la clase de los padrones, por lo que Barrancos recuerda por una cuestión de coquetería.
La pregunta es si, entonces, puede caer ahora la condición de sexo. Viturro cree que las mesas mixtas dicen algo de eso: que no se necesita el sexo para construir la identidad de una persona porque la muestran como una categoría prescindente. Cuando existen dudas sobre la identidad de una persona en la votación, dice ella, las autoridades de mesa siguen un instructivo para saber si la persona es quien dice ser. Comparan datos, la fecha de nacimiento, el apellido, pero no preguntan sobre el sexo. Un indicador más de que no es una categoría imprescindible para comprobar legalmente la identidad de las personas: “Por la negativa, el sexo parecería ser más bien una forma de avalar la ficción de la personalidad jurídica, que indica que todo el mundo tendría que tener un sexo certificado legalmente que se presume que existe biológicamente, pero en realidad para la construcción de ciudadanos no es relevante”.
Diana Maffía y Dora Barrancos hablan de otra cosa: de la invisibilidad de los datos que aparecen en la mesa mezclada.
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