Vacuna nacional contra el coronavirus: un nuevo cruce de los Andes
La tarea es llevada adelante por el Grupo COVID-Exactas, que nació luego de tres años de labor colaborativa entre el Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas (INIFTA) –dependiente de la UNLP y el CONICET– y el Instituto de Estudios Inmunológicos y Fisiopatológicos (IIFP) –UNLP, CONICET y el Centro de Investigaciones Cardiovasculares (CIC)–.
Guillermo Docena es doctor en Bioquímica, investigador del CONICET, profesor de la UNLP y vicedirector del IIFP. Omar Azzaroni también es doctor, pero en Química, investigador del CONICET, profesor en esa casa de estudios y pertenece al INIFTA. Ambos están abocados a la creación de la vacuna: investigan, avanzan, retroceden, piensan y vuelven a empezar. En diálogo con el Suplemento Universidad, brindan detalles del emprendimiento.
Docena explica que “se trabaja con desarrollos en fragmentos, pero llega un momento en que se ve que se pueden juntar esos fragmentos y llegar a algo concreto, en este caso la vacuna. Lo que hace Omar se complementa con lo que hacemos nosotros y cada uno tiene la experiencia en un área muy puntual y complementaria”. Para Azzaroni, “se trata de combinar conocimientos, experiencias de diferentes grupos, de disciplinas diferentes y combinar con un objetivo determinado. Buscamos el resultado, se trabaja en equipo y con una perspectiva que permite la formación, pero el objetivo es muy claro”.
Azzaroni destaca la labor de desarrollar el proyecto en una universidad pública: “La libertad que hay en trabajar así no está en una empresa, donde básicamente tenés que hacer lo que te bajan, conozco lo que es, y te sentís atado de pies y manos porque no podés hacer lo que querés”. Considera que el crecimiento se da “cuando tenés gente que piensa diferente, que desarrolla otras características y te lo aportan desde otro lugar”. “Si se compara con una empresa privada, debés tener un montón de puntos positivos, pero no tiene ese ida y vuelta que puede tener otro laboratorio para este desarrollo”, reflexiona. En ese sentido, el tema económico es clave: “Claramente hoy se está en una escala de financiamiento distinta a todo lo privado”.
Ambos investigadores coinciden en que “la mayoría de la gente que trabaja en el ámbito científico tienen una vocación importante por lo que hace; si sumás una situación tan particular como la pandemia te genera una motivación extra para de alguna manera hacer tu aporte y superar esa situación”. En los laboratorios de la universidad “toda la gente le dedica entre 12 y 14 horas de trabajo, y es gente que ha tenido que cambiar sus proyectos de investigación, reconfigurar, redirigir para resolver un problema puntual”.
El trabajo colaborativo
La creación de la vacuna los obligó a cambiar de rumbo. Azzaroni relata: “Estábamos trabajando en otros desarrollos de vacunas, pero hubo que cambiar todo. De alguna manera fue una gran decisión audaz de Guillermo decir ‘apostemos a esto porque creo que están las condiciones’, y un poco seguir a una persona audaz y con un equipo con cierto grado de locura dijimos ‘se puede hacer’, y nos pusimos a trabajar aun en condiciones de financiamiento no tan favorable”.
“Es un orgullo trabajar con gente que siente tanto la camiseta, no solo de la ciencia, sino también en la educación pública y todo lo que tiene que ver con el hecho de un sector tan particular para aportar una solución a la sociedad”, enfatiza.
Docena resalta que “en el ambiente científico es muy común hacer colaboraciones; no son todas iguales, pero siempre lo que moviliza más allá del objetivo es aprender”. “En este caso, como hay una excelente complementación, se agrega un sentido extra que es aprender algo que nosotros no sabemos; se está haciendo algo que, si no fuese así, no se hubiera hecho. Por eso la colaboración es un condimento especial”, subraya y admite que “en el fondo tiene que ver con el compromiso personal más que con lo científico”.
La esperanza en marcha
Las posibilidades de que Argentina produzca sus propias vacunas ya se vislumbran. El ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Roberto Salvarezza, anticipó hace unas semanas que la vacuna contra el coronavirus que desarrolla la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) –la iniciativa local más avanzada– “podría estar lista en un año y medio”.
Desde la UNLP, Docena se ilusiona: “En general, cuando se escribe un proyecto para pedir una financiación siempre, se trata de hacer algo que no se hizo antes, y eso ya es ambicioso. Pongamos que sí, que es ambicioso, pero nosotros podemos llegar a tener una vacuna y estoy seguro de que la vamos a tener”.
“Lo que a mí me produce más incertidumbre es si se va a poder afrontar los costos de aplicarla en humanos, pero esto tiene que ver con disponer de dinero y no si la vacuna es buena o mala”, confiesa. Pero más allá de las dudas sobre el financiamiento futuro, el objetivo moviliza: “Lo que abre la puerta para plantearlo es que cuando empiezan a publicar los resultados de estas vacunas que se usan, vemos es que los mecanismos que generan son los mismos que las nuestras, y ahí fue donde dijimos ‘¿por qué no animarnos?’”.
Por su parte, Azzaroni advierte sobre el paso de la
etapa preclínica a la clínica: “Hay un momento en que cuando se comienza
la etapa clínica se tiene que hacer un desembolso de dinero muy
importante para continuar y eso, en la mayoría de los casos en cualquier
lugar del mundo, existe el involucramiento del privado”. “Se necesitan
cientos de miles de dólares, pero se trabaja y se persigue el objetivo”,
destaca y expresa su esperanza: “Desde ese punto de vista el proyecto
es ambicioso, pero esta patria se hizo de forma ambiciosa, cuando se
decidió dejar de depender de España, cuando se cruzó la cordillera de
los Andes”.
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