La escultura del lobo marino, en el Museo de Arte Contemporáneo marplatense, inició el cambio de su piel hecha con los papeles de aluminio de Havanna. La artista Marta Minujín inició el acto de cambio. Centenares de personas se congregaron alrededor.
Marta Minujín y Jorge Telerman ante el inmenso lobo marino, que para la primavera estará dorado.
Imagen: Horacio Volpato
Por soledad Vallejos
Desde Mar del Plata
El brazo azul de la pluma hidráulica subió despacito y desde las alturas bajó una voz inconfundible que arengó: “¡Arte, arte, arte! ¡Para liberarte! ¡Arte, arte, arte!”. Marta Minujín evangelizó con su propio credo y cientos de personas, al pie de la grúa, coreaban ese amén un mediodía en que el sol entibiaba, arañaba la bruma, resplandecía sobre el inmenso lobo marino recubierto por envoltorios de alfajores. Eran las 12 en punto sobre la explanada del Museo de Arte Contemporáneo (MAR), que recibe a la entrada de la ciudad. En la cajita de la grúa, al lado de la artista, sonaba un gong, señal inequívoca de que era la hora señalada. En las alturas, cerca de la cabeza del gran lobo, Minujín extendió la mano, tironeó un poco y arrancó el primer envoltorio. Acababa de empezar el cambio de pelaje. Cincuenta mil paquetes vacíos, agrisados por el salitre de meses a metros de la orilla de mar, se iban. Para primavera, el lobo vestirá otros tantos, pero de aluminio dorado, especialmente preparado para resistir la vida junto al mar.
El evento había sido detallado el día anterior, con una conferencia de prensa en el mismo museo. Flanqueada por el gobernador Daniel Scioli y el presidente del Instituto Cultural, Jorge Telerman, la artista había explicado que habría una grúa, que contaría con ayuda, que cada persona del público iba a poder llevarse hasta seis envoltorios para –después– canjearlos por alfajores en los locales de Havanna. “Quedará el mito del lobo de alfajores”, había adelantado Minujín. Lo que quizá no podía prever era que a la ayuda de muchachos trepados sobre escaleras y guías del museo iban a sumarse niñas (algunas de ellas, sus propias nietas), señores con perros, madres dispuestas a encaramarse por sus hijos y hasta algún empleado de seguridad, nada disgustado por colaborar en el tironeo. La marea –ordenada, pero marea al fin– sólo esperaba el mediodía del domingo para dar rienda suelta a la cacería. Con la caída del sol, la empresa de alfajores informó que desde el mediodía habían sido canjeados quince mil envoltorios.
Minujín había aparecido en escena unos minutos antes. Emergió del MAR platinadísima, con las gafas espejadas que son su marca, una chaqueta llena de bordados de colores, el ritmo apurado. A su paso arrancaba comentarios. Era fácil seguirla por la estela de: “¿Ves la señora de calzas rosas? Es ella”, “¡Qué divina!”, “¡Hola, Marta!”, “¡Qué diosa que es!”. Al lado de la artista caminaba el que terminó convertido en su sombra a lo largo de la performance, uno de los realizadores del lobo que nació en la puerta del museo en diciembre del año pasado. Ante cientos de personas que la observaban con curiosidad y sonrisas desde el otro de la valla, Minujín había reclamado lo que era suyo: un micrófono. Cuando lo tuvo, sonrió al público –su público– y dijo: “¡Felicidades a todos!”. La respuesta fue un silencio algo asombrado. “Felicidades a todos ustedes, que son parte de un momento que quedará en la historia como quedó la esfinge de Egipto. Este lobo marino va a trasladar el centro de la ciudad de Mar del Plata para este lado. Es un icono”, explicó Minujín, y cedió el micrófono a Telerman, quien agradeció a la concurrencia y la animó a llevar envoltorios para canjear, pero también para guardar como souvenir del domingo atípico. “Dentro de 1300, 1400 años, nos volvemos a ver aquí, en el lobo marino”, dijo el funcionario. Y devolvió el guante a Minujín. “¡El arte sana, cura, salva y es eterno!”, dijo la artista.
Entonces sí: Minujín y su acompañante zanjaban las alturas a bordo de la grúa. En el aire, enrarecido por una bruma que había amanecido sobre la ciudad y con cada hora se volvía más y más densa, sonaban seis clarinetes, con los que sendos músicos amenizaban esos segundos. Cuando la artista arrancó los primeros envoltorios, la DJ Soledad Rodríguez Zubieta hizo sonar música balcánica y estalló una fiesta impensada. Convertida en rockstar, Minujín subía y bajaba, trepaba y destrepaba, acompañada por el gong omnipresente del platillo, recorría todo el perímetro del lobo despertando remolinos entre el público de niños, padres, abuelos, madres, adolescentes. En el medio todo era posible, hasta la visita sorpresa y sorpresiva de la cantante española Rosana, de paso por Mar del Plata para brindar unos shows, y que no se privó de su foto con Minujín con el lobo de fondo.
La cola terminaba en un flanco del lobo, casi en la entrada del museo, por avenida Camet; serpenteaba por la calle López de Gomara hasta la esquina, daba la vuelta y seguía por Mármol. Enfundada en pulóver y campera, con la mano desbordada de envoltorios, Sandra –de 63 años– explicaba que no pensaba canjear los paquetitos de aire por ningún tipo de golosina. “Los voy a guardar, son una cosa tan linda”, explicaba; aunque al lado, su amiga marplatense aseguraba que de ninguna manera iba a conservar los paquetitos.
Dos horas después, en un alto de su baño de multitudes, de su paseo a ritmo de música bailable y sonidos de platillo, Minujín no podía dejar de sonreír ante un café reparador, en su camarín improvisado dentro del museo. “Lo que pasó hoy acá no existe en ninguna parte del mundo. No hay algo así de arte con participación masiva. Qué felicidad para la gente de Mar del Plata que pase esto con los alfajores”, decía. Y tomaba envión para salir una vez más.
http://www.pagina12.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario